¿Oscar mexicano?

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Por segundo año consecutivo un cineasta mexicano gana el Oscar a mejor director y las armas nacionales se han vuelto a llenar de gloria. O algo así, pues solo falta ver los mensajes en las redes sociales y la cursi transmisión que hizo TV Azteca del evento para constatar que el triunfo de Alejandro González Iñárritu y su película Birdman, en los premios más mediatizados del año, fue motivo suficiente para llenar de orgullo a un país tan necesitado siempre de andarse colgando medallas a la excelencia y al sí se puede.

“Ruego que podamos encontrar y construir el gobierno que nos merecemos” diría Iñárritu en su última subida por uno de los tres premios que Birdman se llevó en la noche de anoche. El partido del presidente de la República, con un presidente que en el último año ha sido más cuestionado y vilipendiado que cualquier dictador de República Africana, fue el encargado de contestar al galardonado cineasta.

“Es un hecho que más que merecerlo, estamos construyendo un mejor futuro” respondió el Partido Revolucionario Institucional desde su cuenta de twitter, ante la explosión de usuarios de las redes sociales que gritaban con harto signo de admiración que al Negro el gobierno no lo desaparecía porque no podía, o que le recriminaban al autor de Amores Perros el no haber aprovechado el espacio del Oscar y su proyección mundial, para denunciar la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el clima de zozobra e incertidumbre por el que atraviesa un país atrapado entre el influjo sanguinario del crimen organizado, y los escándalos de corrupción de funcionarios de alto nivel entre los que se encuentra el propio presidente de la república, quien ya hasta nombró a su propio “fiscal” para que lo investigue.

“¿Quién le dio a este hijo de perra su green card?” fue la pregunta que irónicamente se hizo Sean Penn (actor de Iñárritu en 21 gramos) cuando sacó del sobre blanco el nombre de la cinta acreedora al premio de la mejor del año. “La pregunta es quien se la va a quitar” exclamó envalentonado uno de los conductores de TV Azteca del evento (televisora para quien esto de que mexicanos ganen el oscar dos años seguidos ha venido a ser un negocio más pingüe que televisar un partido de la selección nacional mexicana contra Estados Unidos)

Con una transmisión (a la que título con el excelso “Oscar a la mexicana”) que resultó tan insufrible como la televisora nos tiene acostumbrados, con sus jueces de la Academia convertidos en expertos cinematográficos, calificando de aburridas las películas que no fueran Birdman, y recordando a punto de la lágrima cuando el Negro les dio su primera oportunidad en la radio a los tiernos 17.

Fuera del añadido de orgullo mexicano, esta nueva ceremonia del oscar se desarrolló tan anodina como siempre, con un desangelado Neil Patrick Harris conduciendo y haciendo un chiste durante toda la ceremonia relativo a sus pronósticos del premio guardados bajo llave notariada que al final no hizo reír a nadie, con un pobre Pawel Pawlikowski al que cuando pasó a recoger el oscar a mejor película extranjera (Ida) le apagaron las luces cuando estaba punto de darle las gracias hasta a la vecina de la que estuvo enamorado en su natal Varsovia, o el discurso que Patricia Arquette lanzo por la igualdad de sueldos entre hombres y mujeres en la industria cinematográfica, justo cuando pasó a recoger su oscar a mejor actriz secundaria, y con el cual hasta la puntillosa Meryl Streep (a quien nominan casi cada año desde hace 35 años) se mostró más que de acuerdo.

Por lo pronto Iñárritu se llevó tres oscares, película, director, guión, y Emmanuel Lubezki a mejor cinematografía (por segunda vez consecutiva, de quien en el noticiero de la mañana Televisa realizó una cápsula con opiniones de profesores y compañeros de sus tiempos cuequeros que lo recordaban como alguien que siempre trajo algo especial, y de quien un alumno del CUEC aseguró que quiere ser como el, viajar por el mundo, ganar muchos premios y trabajar con los mejores)

Valdría recordarle al chavo que los oscares que se ha ganado Lubezki, son también el símbolo de Hollywood, una industria trillonaria en expansión eterna cuyo principal propósito es que el haga cine en otro lado que no sea su país, y en otro idioma, que no sea el suyo.

Aunque tal vez ahí sea precisamente donde radica todo el encanto.