La fayuca en los tiempos pre-TLC; de las chácharas a lo ‘Made in USA’

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Por Excelsior

Para poder comprar hace 22 años o más en la Ciudad de México algunos productos que tenían la leyenda Made in USA y que hoy, aunque ya sin ese sello, prácticamente se venden en cualquier tienda de la esquina, como ropa, electrodomésticos, juguetes, zapatos, golosinas, perfumes, vinos y licores, había tres opciones:

Tener mucho dinero para comprar esos productos en El Palacio de Hierro o Liverpool; romper el cochinito y viajar a los malls de Brownsville, Texas, o a Calexico, California; o bien jugarse el pellejo y el dinero serpenteando entre ladrones y policías las calles de puestos en Tepito en busca de los productos del “gabacho” que entonces solamente se podían comprar como fayuca, que se tenía que sacar a hurtadillas del mercado para no ser sorprendido por agentes aduanales.

En Tepito, añoso barrio de la Ciudad de México, que en los remotos días precolombinos fue parte del Señorío de Santiago Tlaltelolco, entonces sede del comercio y trueque, y lugar donde la Santa Inquisición ejecutaba herejes; que terminó por convertirse en el mercado por excelencia de baratijas, chácharas y artículos ilegales: robados, fayuca y actualmente piratería también, se convirtió en el centro de distribución del contrabando, aunque no fue el único, también funcionó Tepisur.

El término fayuca (que no es otra cosa que mercancía que no ha pagado impuestos, es decir, contrabando) quedó prácticamente abolido desde el 1 de enero de 1994, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), fecha en que, para bien y para mal, el muro del aislamiento comercial que rodeaba a México se hizo pedacitos. Los altos aranceles que pagan los productos de China provocan que el contrabando de éstos siga existiendo.

Ese tratado comercial que México empezó a negociar desde 1990 con Estados Unidos y Canadá es el mismo que el Presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, quiere renegociar a partir del 21 de enero próximo, dice, en beneficio de su país.

Desde la firma del TLCAN, todos los productos codiciados por la clase media mexicana, que hoy se venden en tiendas de México, incluso en las de autoservicio, como los legendarios tenis Converse, los tradicionales pantalones de mezclilla Levi’s, la cerveza Budweiser, los chocolates Hershey’s  y hasta los chlicles Wrigley’s de doublemint (los de empaque color verde) y los amarillos de Jucy fruit, son tan habituales y ordinarios como lo fueron antes productos nacionales como los tenis Súper Faros, los pantalones Yale,  la cerveza Sol, los Carlos V o los Motitas de plátano, color amarillo o el de grosella, color rojo.

Tomando como referencia el promedio anual del crecimiento de la población en México que reporta el Inegi, que es de un millón y medio de personas anualmente, 33 millones de mexicanos de los casi 120 millones, es decir, más de una cuarta parte de la población del país nació y ha crecido en una circunstancia comercial distinta a la que se vivió antes del TLC.

Esa generación de mexicanos post TLC ya considera normal que, por ejemplo, en las tiendas de artículos deportivos vendan raquetas de aluminio o carbono como las Head, Wilson, Prince, que en la década de los ochenta ya existían, pero que era imposible comprar aquí en México, y en cambio se vendía las raquetas Estrada, en sus modelos Profesional, Junior, Victoria o San Luis, hechas de madera, que hoy deben de ser piezas de museo.

LA LLEGADA DEL CONTRABANDO

En Tepito, un legendario barrio de comercio callejero, sobre todo y principalmente de baratijas y chucherías, fue donde se acomodó la venta de lo ilegal, primero de cosas robadas y luego de la mercancía que se conoció como fayuca.

A principios de la década de los sesenta, del siglo pasado, la plazuela de Tepito tuvo rango comercial; eso ocurrió cuando la plaza del Volador fue derruida para dar paso al edificio de la Suprema  Corte de Justicia. Entonces nada más se vendían cosas de viejo, fierros inservibles y herramientas chuecas. Los chamarileros y ropavejeros fueron poblando aquel barrio.

En un reportaje publicado en Excélsior el 5 de marzo de 1964, después de la construcción de dos edificios para mercados en Tepito, uno de comercio de viejo y otro de alimentos, se lee que “en uno y otro, el viejo pregón colonial se alza sobre la muchedumbre ruidosa de compradores, igual que la clarinada de gallo en una mañana tempranera.

Quien anuncia los mejores ‘repelos’ de ropa usada: trajes de noche, vestidos desteñidos y levitas verdosas y apolilladas; otro vendedor grita las calidades de sus desteñidas chamarras; el de más allá da los precios de sus llaves de tuercas, crucetas, alicates, pinzas de todas clases y alambres retorcidos y oxidados.

Los vendedores de “tacuches” (ropa usada para hombre, según el caló de Tepito) rivalizan en oferta y no dejan de excitar la demanda de humildes obreros y artesanos, cuyo alcance económico no les permite sino estrenar de viejo”.

Por años, la prensa escrita, principalmente, hacía esporádicos recorridos por el barrio, que alguna vez tuvo como fama a los zapateros y luego a los boxeadores, dando cuenta de que en Tepito había una economía de lo pobre, es decir, de la gente que no podía comprar cosas nuevas y tenía que ir ahí para apañarse algo de medio pelo, pero que todavía no eran girones.

Una nota firmada por Marco Aurelio Carballo, a principio de los setenta, dejó ver de manera tenue lo que se avecinaría en los siguientes años en Tepito.

En el mercado de ropa usada y chácharas hay tres mil personas que venden de todo. Desde la cabeza de una muñeca hasta un televisor”, dice el texto publicado en ese diario, aunque no aclara que tipo de TV es la que vio ahí.

Obviamente no hay una fecha exacta de cuándo se empezó a vender contrabando en Tepito, ni quién fue el introductor primigenio. Unos dicen que fue durante el sexenio del presidente Luis Echeverría, y algunos funcionarios de Aduanas que vieron esa posibilidad y empezaron a dejar pasar mercancía de contrabando hasta poner en pleno centro de la Ciudad de México, que se convirtió en poco tiempo en el lugar de distribución de fayuca para muchas regiones del país.

El 6 de agosto de 1976, a unos meses de que terminara la administración de Echeverría, en Excélsior se publicó una nota que está titulada “Comerciantes de Tepito denuncian que son víctimas de extorsiones”.

La información de la época señala que comerciantes organizados del Mercado de Tepito denunciaron que eran objeto de amenazas, violencia y extorsión por parte de agentes federales destacados en el lugar para impedir la venta de mercancías de contrabando.

Según otra nota, ésta de 1977, cuando el jefe de la policía de la Ciudad de México era Arturo Durazo Moreno, uno de los policías más corruptos que haya existido en la historia de este país, señala que un grupo de comerciantes agradeció al jefe policiaco la operación  que ejecutó contra los vendedores de contrabando en Tepito.

Luis Morales Arellano, Agustín Loreto Ávila y Álvaro Ortiz Molina, dirigentes de los locatarios que según dijeron representan a más de 4 mil familias, afirman que “la lacra  de fayuqueros que durante 20 años realizó un imperio ilegal, eran comerciante ambulantes que estorbaban la circulación”, se lee en la información.

LA FAYUCA  INUNDÓ LA CIUDAD: APARECIÓ TEPISUR

A finales de 1987, un año antes de que Estados Unidos y Canadá empezaran a negociar el TLCAN, al que llegó México en 1990, en Tepito, que había dejado en la historia la venta de chácharas para dedicarse de lleno a la venta de fayuca, se percibía plena libertad para el comercio del contrabando, que incluso extendió sus redes hasta el sur de la ciudad, inaugurando un sitio que popularmente se conoció como Tepisur, que originalmente empezó a funcionar enfrente del Pedregal, a un costado de lo que era el Canal 13, actualmente TV Azteca.

El 28 de diciembre de 1987, primero en La Extra y al día siguiente en Excélsior se publicó información sobre el contubernio que existía entre fayuqueros y policías en torno a la venta de electrodomésticos.

El título de la nota de la época en La Extra se lee: “Tepito, vergüenza de Hacienda; contubernio con aduanales y agentes”. La información denunciaba que la burla “se acrecienta toda vez que los improvisados comerciantes
–aunque tienen varios lustros de vender mercancía de contrabando–, apoyados y protegidos por funcionarios aduanales, imponen sus condiciones al momento de realizar las transacciones, obligando a los consumidores a no poder acudir a las autoridades responsables para reclamar, ya que el contubernio entre éstos se ha convertido en un pacto por las altas sumas de dinero que se reparten entre un sinnúmero de agentes aduanales, policiacos e inclusive ahora entre inspectores de la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial”.

En la nota se anuncia que los reporteros, autores de la nota, recorrieron algunos de los puestos y buscaron comprar aparatos electrónicos con la duda de cómo salir del lugar sin que las autoridades les quitaran lo comprado.

Uno de los principales vendedores de fayuca, un hombre robusto, conocido en el mercado con el nombre de Chon, y que dice ser el empleado del director de Aduanas del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, dijo que a “nosotros no nos hacen nada. Para que me saquen de aquí está duro. Mi patrón está muy bien parado, y cualquier reclamación es inútil. No se preocupe por la factura, nadie le puede detener el aparato, pues yo tengo una factura, y con esa se comprueba la legalidad del artículo”.