HABLEMOS DE “INFERNO”: El séptimo círculo del infierno del aburrimiento

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Rodrigo Islas Brito / RIOaxaca

Oaxaca de Juárez, Oax.- Puede que no haya una película en cartelera más siniestra que “Inferno” (EUA, 2016), pero por razones que nada tienen que ver con los sustos de altura, sino más bien con el aburrimiento más terrorífico.

Ron Howard últimamente ha hecho películas estimables, como la marítima “En el corazón del Mar” (2015) y la adrenalinica “Rush” (2013,) pero aquí ha vuelto a ser el Howard de casi siempre.

En su tercera entrega de las versiones cinematográficas de los “churrazos betsellerianos” del “millonariazo” Dan Brown, el cineasta da tumbos entre un suspenso esquelético que se ambiciona a la “Hitchcock”, pero que se consigue al final como un esperpento de imposibles.

Tom Hanks a sus sesenta años vuelve a interpretar a Robert Langdon (ya sin el peinado de príncipe valiente beatle que lo aquejó en el pasado) y la verdad es que la mayor parte del tiempo da señales de no querer estar ahí.

Si de por sí las tramas tendidas por Brown en la anteriores entregas (El Código DaVinci, 2006, y Ángeles y demonios, 2009) aderezadas con simbologías y códices religiosos de polémica faciloide, eran todo menos coherentes, en este séptimo círculo del infierno, el desvarío se va a lo grande. Y el problema en si no es el desvarío, lo mortal es el sepulcro inerte que lo rodea.

Aquí Langdon enfrenta la herencia maldita de un científico millonario que se suicida apenas empezando la cinta. El locuaz Ben Foster en su actuación de mente maestra que decide que la única manera de que la humanidad sobreviva es que la mitad de esa humanidad desaparezca (única premisa probablemente coherente de todo el filme), es interesante, pero en cuanto su demencia se estrella con el suelo, la emoción se acaba.

Lo que sigue es un escenario de persecuciones y explicación de pistas esperando en las máscaras y las tumbas de literatos muertos hace seiscientos años, de las que aunque la cinta explica porque están ahí, esa explicación termina importando un carajo.

Si en El Codigo DaVinci la premisa era encontrar a la hija de Jesucristo; si en Ángeles y Demonios la idea era presenciar a los malvadísimos Illuminati en una trama en la que al final mataban al Papa, y otro Papa era tan malo que bajaba del cielo; aquí en “Inferno”, Howard, Brown y (el denme mi cheque y olvidémonos de esto) Hanks, se esfuerzan por hacernos creer que el fastuoso Dante Alighieri tramó hace 600 años una serie de pistas y despistes que hoy todavía pueden ser recicladas en una trama de salvemos al malvado mundo de la malvada peste negra.

Por ahí están Irrfan Khan, chistoso y atemorizante por igual, como un burócrata de organización mercenaria mundial que nadie conoce y cuyas instalaciones navegan en un carguero de atún, o la belleza de Felicity Jones, quien hace un esfuerzo digno del Oscar para no echarse a reír cada vez que Langdon- Hanks le explica que la hija del rey tal, del siglo tal, fue la novia del emperador tal, del infierno tal, de la orgia tal.

Además está el asunto romántico, que con calzador Howard les receta a sus dos protagonistas bien avanzada la cinta. Donde Hanks y Jones se vuelven cada uno por su lado unos súbitos y melosos enamorados, tipo peli cursi Love Story de los setentas, donde el amar es no tener que tener pedir perdón, se sustituye con un aburrirse es no tener que mantener los ojos abiertos.

Porque eso sí, si lo que usted busca es un lugar apacible, para descansar los ojos y entregarse a un reparador “coyotito” de despiértenme en dos horas y nadie me cuente de lo que trataba esta horrible película, ir a ver este Infierno inflado y millonario al cine es su opción.