Fogonero: Rigo De Cervantes y Chico Shakespeare

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Por Rodrigo Islas Brito y Vidal Pineda

Si en la mítica literaria se afirma que William Shakespeare y Miguel De Cervantes Saavedra murieron el mismo día, el hecho de que en la realidad de la música popular mexicana Rigoberto Tovar García haya nacido en la misma fecha en la que vio su última luz, Francisco José Hernández Mandujano, mejor conocido como Chico Che, debe forzosamente ser significante de algo muy importante.

Desde principio de los setentas y hasta finales de la década siguiente el duelo de popularidades entre los dos ídolos de la música tropical marcó el ritmo al que se movió el bote en las pachangas de las salas mexicanas.

Rigo Tovar y su Costa Azul, Chico Che y su Crisis fueron referentes de una época y de un ritmo lleno de una inocencia guapachosa que se confrontaba todos los días con estampas políticas nada guapachosas como la de un presidente gritando en el Congreso Federal que defendería el peso como un perro, solo para echarse a llorar después como una Magda López defendiendo a sus ingratos hijos abandonadores.

En una entrevista múltiple, televisada y realizada por la conductora Talina Fernández a principios de la década de los ochentas, Rigo y Chico- Che, quienes a esas alturas ya sonorizaban México entero de norte a sur y de mar a mar, se encontraron las caras en un sillón blanco, separados tan solo por una conductora que no escondía del todo sus intenciones de echarlos a pelear.

En la entrevista los dos recordaron haber trabajado juntos en Villahermosa. Mientras Chico Che comenzaba a tender un discurso de admiración hacia el nativo del Matamoros querido, Rigo lo paraba en seco.

“Tuve muchísimo éxito”, recordó al que había que perdonar por ser tan guapo, sin que nadie se lo preguntara. “Gracias” fue todo lo que dijo el campeón del ¿Quién pompo?.

Buscando regresar al camino de la hermandad Chico Che rememoró la oportunidad que ambos tuvieron “de alternar esos bailes inolvidables”.

Con una arrogancia que se reflejaban en el traje y en los lentes que vestían en ese momento la plenitud de su carrera, Rigo aclara que el nada más estuvo en uno, como marcando las distancias, como aclarándole al responsable de la estaca en la que el sapo salta y se ensarta, que para nada jugaban en la misma liga, y que mucho menos tenían el mismo peso.

Chico Che, el mismo del Chido- Chido- Chido-Chon, dice que el éxito de los dos se debe al corazón que ambos le ponen cada vez que se suben a un escenario. Rigo se pone la máscara y le pide el tiro al genio que dijo que las nenas con los nenes y los nenes con las nenas.

“No y nos vamos a dar un tiro” Rigo con ganas ya de quitarse la máscara o tal vez de volvérsela a poner, encara de una vez por todas a un Chico Che que parece traer el ánimo ya, si la presencia de la emperifollada conductora lo permitiera, de fumarse la Mata de mota de la paz, pero que aun así no se arruga y acepta el desafío.

“Cuando tú quieras”. La actitud del bigotón del overol cambia, sabe que aquí la admiración no es un idioma con el que pueda hablarle a su ídolo. En un jab al centro dice que no ha visto el metal y saxofón que resuenan en la Crisis, sonando en la Costa Azul.

Rigo contesta que sus músicos tocan varios instrumentos, “cada uno de ellos, no nada más el de ellos”. Mandujano dibuja un gesto entre de hartazgo y de conciliación del tipo de un -ya güey, ya bájale a tu nube-.

“Mi Crisis también son tigres y vas a verlo” augura el que respondió preguntas como ¿Dónde te agarró el temblor? y ¿De quién chon?.

Más tarde, ante la conciliación de una Talina Fernández que se sorprende a si misma ya en posición de réferi, Chico Che declara que el éxito de Costa Azul es la voz, la personalidad y el timbre de Rigo Tovar.

“Es el ritmo moderno” responde un Tovar que todavía veía con los ojos y al que no le gustaba que su competencia lo admirara.

“Ya tengo trece años siendo conocido en México” aclara Rigo, quien ya hace unos minutos dejó de ser amor, y que acaba de lanzar este último derechazo como esfuerzo desesperado de tirar a su rival de bailes, de las voluntades y de las pasiones.

Acusándolo como que no quiere la cosa, de imitarlo, de usufructuarle el ritmo.

Chico Che, quien no ha llegado ahí para pelearse con nadie, algo que Rigo no termina de entender, acepta que su éxito es de “unos tres o cuatro años”. Pero aclara:

“Llevo quince años trabajando, solo que me costó un poco más trabajo entrar a esta zona, que me tomaran en serio con mi overol, que mi música empezara a ser escuchada”.

El sonido de la Crisis es “!!! el saboooooor!!!”, grita un público que parece reconocer y apoyar al humilde, al que acaba de llegar y que solo quiere estrechar la mano de los ídolos a los que ha alcanzado.

Rigo no aguanta la afrenta. “Es un ritmo muy apegado a la Costa del Golfo de México”, sentencia. Por su parte el nativo de Villahermosa, Tabasco sabe que a los valentones hay que enfrentarlos o te terminan madreando y define el pleito

“Tu música tiene una influencia más norteña. Esa es una diferencia básica entre los dos Rigo. Tu eres norteño y yo soy sureño”.

Suena a que Chico Che le ha plantado cara a su rival de públicos, dejándole claro que achicarse no es para los le piden a Macorina que les agarre la mano.

Años después, el día en el que Rigo Tovar cumplió 46 años, el 29 de marzo de 1989, Chico Che moriría de un infarto fulminante con 43 años cumplidos.

En el imaginario popular de la música de aquel ritmo que nos gusta tanto, los dos son los Gabo y Vargas Llosa del pulidero del piso nacional. El yin y el yang espiritual de la música tropical.

Esas gafas, que se desgastaron a la par de la progresiva decadencia de un ídolo luminoso al cual la luz de una soldadura deslumbró y dejó progresivamente ciego.

Ese overol, sencillo en su proximidad con el pueblo, de un “uy que miedo, mira como estoy temblando”, sin un trazo de gracia en su diseño, feo como los covers que hace Pepé Aguilar de Soda Stereo.

Ambos, el estrella y rockero clásico Rigo, y el rorrazo y rockero sicodélico de Chico Che, se conservan hoy como parte medular de la esencia vivencial de por lo menos cuatro generaciones de mexicanos.

Ya muertos y bien difuntos los dos, con un final que para Rigo fueron pleitos legales, demandas de múltiples exesposas y una demencia senil progresiva, y que para Chico Che, el alma de la fiesta, de las tierras calurosas, del discurso sencillo que le huía a lo grandilocuente, consistió en un suspiro.

La pregunta siempre será que hubiera pasado si el tiro entre estos dos gigantes del baile sabrosón, se hubiera terminado dando. Seguramente aunque la sangre hubiera llegado al río, al final el gran ganón hubiéramos sido todos nosotros.