Cien años de alivio: Tin-Tan

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Columna: Fogonero

Cien años de alivio: Tin-Tan

-“Mi nombre es Tin-Tan, porque en mi todo es música”

–  Entonces, ¿es usted pura música?

– Orale Carnalita, nomas no se mande”

Germán Genaro Cipriano Valdés Castillo cumplió este 19 de septiembre 100 años de haberse aparecido en este mundo crudo para no volverlo a dejar  igual.

Desde que debutó estelar y formalmente en  1945 en El Hijo Desobediente, con un close de su voz, su guitarra, su traje, sombrero de pachuco con pluma de ave y un talento que se desbordaba mirando, cantándole directamente a la cámara, el cómico inició un camino en ascenso al cielo de la inconformidad, la antisolemnidad, el juego y el disfrute  de un spanglish que no aspiraba a componer nada, sino a gritar que México era ya una mezcla de virtudes y el nacionalismo una mera pose en la que se sustentaba un país que nunca fue a ningún lugar.

Tin- Tan, su carnal Marcelo Chávez, el director Gilberto Martínez Solares y el guionista Juan García Peralvillo, fue el equipo creativo que dio luz, en tan solo tres años,  a piedras de toque de la verdadera identidad mexicana como Calabacitas tiernas, Soy Charro de levita (ambas de 1949) El rey del barrio, Simbad el mareado (las dos  de 1950), El Revoltoso y ¡Ay amor como me has puesto! ( de 1951).

En ellas Valdés, nacido en la Ciudad de México e  hijo de un inspector de aduanas, cuya asignación a la fronteriza Ciudad Juárez definió en mucho  su manera inclusiva de comprender el mundo y su manera de hacer de este una comedia, confeccionó en estas cintas al aventurero que no está ahí para ser el héroe, sino para besar a cuantas muchachas se crean que lo es.

Lo mismo empeñando una guitarra para darse un balazo que naufraga “en unos ahuehuetes repletos de heno”, que gritándole un “¡adiós mamacita, acá está tu Robert Mitchum”  a una bella chica que terminara por acusarlo de ser un “mendigo marihuano” ( cuestión que jamás negó).

Lo mismo irrumpiendo en la dureza de un pueblecito mexicano caciquil e hierático al que el pachuco nada mas no le puede agarrar la tonada, asesorado por una antigua Adelita bigotona (increíble Emma Roldan)  que gusta de contar ejemplos de bravura, como el que aconteció  cuando su general Villa colgó a unos pelones del pescuezo y fueron los cuervos los que se encargaron de devorarles los ojos.

Igual llegando a la cúspide de su genio con su confección de un Robin Hood inepto que se sueña ferrocarrilero, que no puede robarse nada y controla a su banda de malandros lagunilleros con la promesa de que cualquier día los rociara de plomo con su westminster, como lo hizo con la banda que tenía en “Chicago, Illinoooiss”.

Lo mismo bailando con la subyugante Tongolele a caderazo limpio, que conquistando los favores de unas bellísimas y rudísimas Rosita Quintana y Silvia Pinal, aguantando estoico la  cachetiza impune de la primera, no pudiendo contener el recuerdo de una prima que dio un mal paso, con la segunda.

Igual matando a un alacrán de un escupitajo vestido como una Carmen Miranda cualquiera, que intentando boxear como un desesperado contra un malvado y trabadísimo Wolf Rubinsky (el Bobby Galeana que siempre habría de hacerle ver su suerte).

Lo mismo lanzándose por un desamor a la mismísima Guerra de Corea, donde cantara las de José Alfredo  al grito de ¡Ay amor como me has ponido, todo es blanco y entelerido!, ¡Estoy herido! ¡Estoy herido!”, mientras  intenta encontrar el consuelo accionando la pistola de un mariachi que al final si tiene balas.

(“Los mariachis nunca cargan las pistolas. Jorge –Negrete- nunca las carga para trabajar en las películas… ¡Que siga la fiesta, muchachos!”)

Tin Tan nunca entendió la obligación del estereotipo, ni las bifurcaciones imposibles del bien pensantismo.

Por lo que no es de extrañar que el grupo de críticos y cineastas del llamado “nuevo cine” (Emilio García Riera, José de la Colina, Jomi García Ascott) que destripara las convenciones e imposturas de la clásica época de oro del cine mexicano, encontraran en Valdés ese aire fresco transgresor  que el acartonado y encarnación del peladito mainstream, Cantinflas, nunca dio, ni buscó ,  y al que en cambio combatió. 

De lo que vino después de 1954 para Tin – Tan puede ser interpretada como una decadencia  de  poco menos de veinte años, que empezó por un notorio aumento de peso de una película a otra y  que terminó  el 29 de junio de 1973, cuando un cáncer pancreático fulminante le quito en unas semanas  al pachucote el sabor de su sabrosa vida.

Pero aun así  hay un montón de películas (la gran mayoría dirigidas por su inseparable Martínez Solares) que  no pueden extirparse de los ojos de quienes las hemos visto una y otra vez.

El Sultán casquillo que vuela media vecindad en sus ganas de conquistar a la bellísima Yolanda Varela de El sultán descalzo (1956), su bit como el Pachuco Composer que tiene que rolarse un lio de comisaria con  su carnal Marcelo al que acusa de robarle su silbido mañanero en la tumultuaria Reportaje ( Emilio  Fernández, 1953), las platicas existenciales de Valentín Gaytán y su tío trácala y paternal (delicioso Andrés Soler)  que devienen en hados madrinos  matarifes y cenicientos abnegados a los que literalmente los parte un rayo, en El Ceniciento (1952), el cavernícola criogenizado Triquitrán que ya no distingue si es un hombre o es un chango, pero se sabe un  Cavermango, en El Bello Durmiente (1952), el viajero sentimentaloso que le dice a la virgencita que ahora si le va a echar ganas de El vagabundo (Rogelio González, 1953), el apocado oficinista Choforo  que tiene que jugar a tener una vida perfecta, mientras canta Personalidad  en un billar como los mismísimos ángeles, en Vivir del Cuento (Rafael Baledon, 1958) el filántropo de barrio bajo que no encuentra retribución a su sacrificio en La tijera de oro (Benito Alazraki,1960), el aristócrata arruinado con mayordomo fiel y remilgoso (fabuloso Oscar Ortiz de Pinedo)  que se ve envuelto en una trama detectivesca de intriga hitchcockniana de la que solo puede salir aprendiendo los trabucos de la más depurada “gangstereada”, en El Cofre del Pirata( Fernando Méndez, 1959).

La última parte de su carrera Tin- Tan tuvo que sobrevivirla  haciendo pequeñas partes en cintas de cómicos infinitamente inferiores, como Viruta y Capulina, o rolándola de patiño de las aventuras tropicales y citadinas de Chanoc, el gran Zovek  y  Blue Demon, pero tal vez, al final, no hubiera podido ser de otra forma.

Tin-Tan no tuvo el cálculo empresarial de Mario Moreno “Cantinflas”, ni la visión de este para forjar y accionar su propio mito en base a códigos de supuesta  e hipócrita cohesión social en los que incluso llegó a interpretar a  un policía que gusta de regañar hippies mugrosos y rebeldones.

Valdés dejo que sus películas hablaran por él, que su ausencia de ambición lo llevara a la verdad. Hoy Tin- Tan (cuyo nombre artístico surgió por el repicar de unas campanas que lo sorprendieron en el amanecer de una borrachera) no conoció un homenaje nacional en forma en su centenario, pero tampoco lo necesita.

Porque Tin-Tan es la vida, es el soplo y la influencia de que la cosa no hay que tomársela tan en serio, porque al final nadie nos toma en serio a nosotros, es la locura de la demencia que nos puede llevar a entablar un dueto con el espejo,  es el remanso al  estarla pasando de la chingada, el juglar de los acentos que lo mismo podía cantar al estilo “ameriqueque que le repapalotea”,  que interpretar  en tonito flamenco La Barca de oro, sustituyendo a un malogrado y “jaibiano” Niño de pecho, el swing voraz de la voz de un Baloo animado gritando que “hay que buscar lo más vital nomas”, uno de los mejores intérpretes de boleros que hoy en día le ha dado método y esperanza a varios “facebuqueros” que usan Bonita para posteársela a la mujer amada. 

“Simple y sencillamente era un genio. Tenía eso, originalidad, jovencito. ¡Originalidad! “

Declaró hace unos meses  Manuel “el loco” Valdés sobre su carnal mayor en una entrevista que circula en You Tube.

El  Loco, quien al igual que su hermano Ramón es material para una reseña aparte, sabe de lo que habla. Pues en palabras del propio Tin-Tan: “no es que presuma… Pero tengo mi estilacho.”

Un estilacho que hoy, a cien años de haber nacido, fue y lo sigue siendo todo.