FOGONERO: El día en el que ya no hubo que apuntarse en una lista

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Por Rodrigo Islas Brito

Un profesor de una preparatoria va en camino,para cumplir con el llamado a la movilización de su dirigencia, la implacable sección 22 de la Coordinadora de Trabajadores de la Educación-CNTE.

El joven docente de matemáticas camina apurado, consciente de que su dirigencia es muy estricta con eso de llegar temprano a las convocatorias, e implacable con sus listas de asistencia. Sabe que a la dirigencia y los mandos medios “uno no le anda con chingaderas”.

Elías, solo por ponerle un nombre a nuestro nada hipotético personaje, ya no recuerda cuando fue la última vez que marchó, ni cuándo fue la primera vez que lo hizo, pero aunque no comparte los métodos de lucha extremos de algunos de sus compañeros profesores, es cumplidor sigiloso de todo lo que su sindicato le indique.

Aunque no esté de acuerdo, aunque su máximo no sea dormir en una tienda de campaña, ni bloquear una calle o una gasolinera en la que los reclamos y las muestras de odio de la ciudadanía siempre han calado hondo en su alma sensible.

Elías sabe que le han dado un golpe duro a su dirigencia, que el gobernador Gabino Cué, aliado e incondicional de su sindicato hasta apenas la semana pasada, ha anunciado que el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO), el lugar por el que Elías ha ido por su cheque religiosa y quincenalmente durante los últimos años, desaparece.

Sólo para permanecer igual pero sin las manos de la dirigencia sindical magisterial adentro. Esas manos que decidían que, cuando y como, con sus pagos, con sus tiempos, con sus ganas, con su vida.

A Elías nunca le entusiasmaron las influencias magisteriales en el Instituto, supo del acoso sexual que sufrió una compañera maestra por parte de un alto mando, al cual nunca cedió ante sus avances. Razón por la que terminó enclavada en alguna ranchería de la Sierra Norte, de la que es fecha que hasta ahora no puede regresar.

Aunque a Elías nunca le ha terminado de convencer su sindicato, por lo menos sabe que puede vivir con el.

Camina aprisa para el Hotel del Magisterio, donde se celebrará la plenaria en la cual se tomarán las decisiones para el plan de acción frente a la expropiación del IEEPO, calcula que si la cosa se pone fuerte, hará lo que ha hecho siempre, mantenerse a la saga o ya si de plano la situación se torna muy difícil, simplemente hacerse humo entre la gente.

Elías distingue a una presencia familiar en su camino, es su suegra, quien se acerca a saludarlo. Elías le da un beso en el cachete, mientras la mujer le pregunta a donde va.

Elías le explica. De su compromiso, del reciente llamado del jefe de su delegación que le ha dicho que es ahora cuando el sindicato debe estar unido y mostrar el músculo. Que Enrique Peña Nieto es un idiota si piensa que la cosa se va acabar así sin dar pelea.

Su suegra lo mira con cara de quien está viendo a un iluso. Elías le explica que es su deber, que si bien el sistema no es perfecto es necesario defender los logros de la lucha sindical, que hoy la 22 es la única que se mantiene en lucha contra un gobierno tirano.

Elías empieza a sentir que la sangre le hierve. Le recuerda a su suegra del niño asesinado en Ostula, Michoacán por armas militares, le señala el cielo de Oaxaca y que no tardan en volverse a aparecer los helicópteros de la Gendarmería Nacional en sus vuelos intimidantes y saigonianos

Que seguro solamente fueron por más gasolina, para seguir amedrentando a una población a la que el gobierno federal la quiere ver con miedo y sin ganas de defender nada.

La suegra solo lo mira, lo deja hablar hasta que su yerno se vacía en ejemplos de lucha, en esa lucha que repite que no es perfecta, pero que es indispensable.

“¿Las listas?, ¿te vas a apuntar en la lista?”

Le pregunta su suegra a lo que Elías responde con un “pues si, como siempre. Estoy cuidando mis puntos. Usted sabe que ya quiero pedir mi traslado a otra escuela …”

“¿Quién va a contar esas listas?” lo interrumpe su suegra.

Elías no entiende la pregunta, la cavila y en la medida que la sonrisa consentidora de suegra se va haciendo más grande, el joven docente comienza a caer en cuenta.

Si ya no hay IEEPO, ya no hay listas, ya no hay puntos, ya no hay esa amenaza de “atente a las consecuencias” que le soltó su dirigente delegacional. Una ocasión que había que ir a la ciudad de México a manifestarse y él alegó que estaba enfermo de una calentura (al final de cuentas era un invento para no viajar cuando no tenía ganas de hacerlo).

Elías trastabilla, ya no está tan seguro de seguir con su camino. La suegra espera su decisión

“Pues de todas maneras voy a ir”.

“No seas idiota”. Le responde la suegra

Cinco minutos después los dos caminan con rumbo a la casa de Elías, la plenaria magisterial finalmente se llevará cabo no logrando ni el cincuenta por ciento de su asistencia terminando de tajo con cualquier posible plan de lucha, con cualquier multitudinaria manifestación para tomar gasolineras, instalaciones de PEMEX, carreteras, oficinas y hasta las mismísima Guelaguetza fastidiada desde su misma concepción.

Al parecer al igual que la suegra de Elías, las tan traídas, socorridas y presumidas bases magisteriales y sindicales de las ocho regiones del estado, comprendieron que sin nadie fiscalizándoles la asistencia, como en los últimos 23 años, la lucha ya no era tan clara.

Que sin los puntos y el quedar bien a los ojos de una dirigencia que siempre lograba concensarlas y alinearlas hasta su último eslabón, amenazándolas y cohesionándolas siempre con la máxima de que la unión era la fuerza, aunque la fuerza se la llevaran los mismos treinta dirigentes ( hoy cercados por el gobierno federal, con ordenes de aprehensión ante las que ya se están amparando) quienes con sus plazas y sus cheques de a montón sufragaban un trabajo de negociación política en la cual las bases solamente eran los alfiles y los peones, simplemente se había perdido el torno que aceitaba su propia maquina de motivos.

Como aquel hombre que subió una montaña y una vez arriba se olvidó para que había subido.

“¿Y entonces qué? ¿ya valió todo? ¿así tan fácil?”

Elías miraba a su suegra esperando una respuesta, una luz.

“Nada es fácil, mijo. A los que estamos abajo solo nos queda esperar”.

Esa noche, Elías vio en la televisión a Enrique Peña Nieto, supo que su discurso de reformamos el IEEPO por los niños de Oaxaca era una falacia. Que el IEEPO era y es una agencia de colocaciones y prebendas no solo para el magisterio, sino para cualquier grupo o personaje con el que la 22 hizo tratos ofertando su capital político.

Supo que de desaparecer el sindicato, dejará un vacío de poder que tratara de ser llenado por grupos impresentables como los transportistas, la CTM y hasta el crimen organizado.

Entendió que no estaba triste ni contento, que no lamentaba ni celebraba el ver a sus dirigentes madrugados (aunque le rumoran que hasta el madruguete negociaron) por un gobierno federal, inmerso desde hace meses en una crisis de derechos humanos, y desesperado por legitimarse ante los ojos de un país que hace una semana vio como su narcotraficante más poderoso se escapaba de una cárcel de extrema seguridad, mientras su presidente ofertaba negocios por Europa.

Elías nunca visualizó que una noche iba a pensar que la sección 22 iba a tener un final. Era más grande que la vida, era el gigante de los diez mil agremiados que jalaban como si todos fueran un mismo brazo.

Elías confía en que el final no sea tan sencillo, en el que haya por lo menos algunas manifestaciones de respuesta a los que el gustoso asistirá.

Por lo pronto está seguro que no sabe nada, mientras empieza a checar el libro de texto del próximo semestre, al mismo tiempo que hace a un lado un catalogo de tenis para marchar que sospecha que ya no va a comprar.