El derrotero histórico del PRI

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Reforma

La circunstancia actual de México enfrenta una creciente polarización y una destrucción institucional desde el Estado. Además, vivimos el deterioro en la economía y bienestar de las clases medias y populares, así como la imposición del cuestionado proyecto de país de Morena y sus aliados. Esto exige mucho de nosotros como ciudadanos, y exige aún más de sus partidos políticos.

El Congreso ha sido el escenario principal de la lucha de quienes queremos algo mejor a lo que se impone desde Palacio Nacional. Este año, ambas Cámaras han vivido dos momentos cruciales: la discusión sobre la reforma eléctrica y el debate de las Fuerzas Armadas en la seguridad pública.

Ambos momentos provocaron que los partidos políticos mostraran su visión y su posicionamiento; pero también desnudaron su intencionalidad e interés de fondo, sus compromisos y coherencia. Así, los partidos se decantaron y en los hechos fijaron su derrotero histórico frente al poder, pero también frente a sus militancias y frente a la ciudadanía.

Los resultados iniciales del boque de contención de la Alianza Va por México y MC generaron expectativas muy favorables y esperanzadoras para el país. Para el PRI significó además una nueva oportunidad de confianza y credibilidad entre sus militantes y la ciudadanía en general.

Pero de nuevo… otra vez… llegó el desencanto.

La iniciativa del PRI apoyada por la mayoría (no todos) de sus diputados y senadores sobre la militarización de la seguridad pública, aunada a la coincidente cancelación de los ataques a Alejandro Moreno en “Los martes del Jaguar” y la despresurización de su desafuero llevaron, con justa razón, a gran suspicacia pública.

Junto a estas acciones del PRI en lo nacional se asoman también otras que su dirigencia impulsa en lo local. En Sonora, por ejemplo, vivimos un muy cuestionado y accidentado proceso de renovación cupular marcado por la imposición, el desaseo y la falta de legitimidad. Un proceso que privilegió arreglos cupulares, intereses personales y de grupo a los intereses de su militancia y a los principios de democracia interna.

Ante esta lamentable coyuntura, veo sólo tres alternativas: callar y avalar con el silencio la situación a la que se ha llevado al partido; renunciar al PRI; o bien una tercera vía, que quizás muchos también buscan: manifestar mi total desacuerdo e inconformidad sin entregar mi militancia a una dirigencia cuya visión, proyecto y conducción del partido desapruebo. Lo hago con la convicción de que el PRI es mucho más que su actual dirigencia.

Con esta suspensión me uno a las diferentes corrientes del PRI que buscan el urgente relevo del CEN, teniendo muy claro que, hoy, la exigencia es redefinir y reposicionar al PRI frente al actual régimen.

La vida pública e interna del partido no es patrimonio personal de dirigentes ni de grupos internos de poder que pretenden manejarlo en función de sus necesidades y compromisos.

El PRI debe trascender a su dirigencia actual e incluso a periodos nefastos como el gobierno del sexenio pasado, marcado por la corrupción y la frivolidad.

El PRI aportó al país grandes instituciones en todos los ámbitos de la vida nacional, construyó infraestructura en todos los órdenes; luchó por la participación igualitaria de mujeres, y en su tiempo contribuyó a la democratización del país. Redefinir y reposicionar al PRI exige mucha autocrítica para recuperar la confianza de la militancia y la ciudadanía, pero también implica dimensionar y reivindicar su historia.

Para ello es indispensable restablecer la capacidad de escuchar a la gente, de conocer sus necesidades, causas y aspiraciones. Sólo así se rescatará la credibilidad interna, el compromiso con su militancia y sobre todo el respeto de la ciudadanía para ser considerado como una opción viable y responsable en el futuro, con alianza o sin ella.

La principal divisa, el valor fundamental del PRI, deben ser sus militantes, sus cuadros y simpatizantes y especialmente México y los mexicanos.