Por fin, un súper héroe que no vino a rescatarte

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Por Rodrigo Islas Brito

Deadpool (EUA, 2016) no es un triunfo pero si un gran divertimento, aun con el hándicap de tener al plomazo de Ryan Reynolds como protagonista, la cinta de Tim Miller se hace de su muy particular tribuna para desarmar poco a poco y de trancazo cada uno de los tópicos y estereotipos que han horneado la receta mágica, cursi y añoñadamente estándar de las motivaciones del universo Marvel.

Este es un súper héroe que en su identidad humana no vive en un planeta de dioses vikingos, ni en una mansión millonaria reforzada con la última tecnología, ni en un castillo volador fortificado, ni una vieja residencia victoriana mamerta con un aeropuerto subterráneo.

Wade Wilson, el arrepentido mercenario que ha de convertirse en el anti héroe a marras de bocaza interminable, con cara de cráter, es un justiciero que pernocta en un diminuto y mugre cuartucho en el que puede perfectamente orinar sobre el wc desde su cama y se enamora de una prostituta con corazón de oro (una bellísima y vivaracha Morena Baccarin) que resulta más abnegada y ruda que una madona en acido.

Que fuma mariguana y vive con una roomie ciega veterana que extraña los días del disco y el poder redentor de la cocaína. A veces pareciera que este mercenario con spandex es como una puesta al día de los añorados Cheech y Chong, salvo que a diferencia de aquellos, que siempre hablaban de hacer muchas cosas, pero siempre terminaban fumando mucha mota, pasmados en un cielo cristalino, este mariguano habla en serio cuando de soltar balazos y perforar los cráneos, se trata.

Pues estamos frente a un cuento fantástico lo suficientemente cínico y cumplidor como para hacer trizas la cuarta pared cinematográfica con polémicas sobre si hay que darle cuentas al Profesor Xavier de “Stewart o McAvoy”, sobre si el galancete de la vida real Ryan Reynolds es en realidad un verdadero tarado, sobre si uno de los malosos del filme debe tener cuidado con su aspecto de Padre Maciel conoce a al Agente Smith de Matrix, o sobre si el súper poder de Deadpool, la regeneración celular tipo Woolverine, puede devenir en un juego sexual de campeonato en la medida en la que una manita de bebé de un año le empieza a retoñar desde la entraña.

Deadpool hace agua en su última media hora, cayéndose estrepitosamente de la cúspide de su mala leche, mientras más intenta acceder a su final rescatando los preceptos clásicos y ya muy sobados en su corrección política infantiloide del héroe salva al mundo, vence al malo y se queda con la chica.

Aun así queda el suficiente metraje como para ponerse una sobredosis de mala entraña, con un héroe , que en esta cartelera cinematográfica de paladines rancios, que cuales reinas de belleza solo buscan la paz mundial, admite abiertamente que el olor a pólvora es el porno que lo llevara a jalársela con singular alegría en la privacidad de su mugre casa.

Ah, y para colmo de bienes, el cameo acostumbrado del creador de todo este borlote Marvel, Stan Lee, es el mejor y el más sabio de su carrera.