Fogonero: Ahogados esperando diluvio

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Por Rodrigo Islas Brito

Pensaba en el Apocalipsis cuando la otra noche escuché el relato de una chava de 21 años, estudiante de la Universidad del Mar, quien con una beca obtenida por sus altas calificaciones, estaba sufragando una revista cultural en Santa Cruz, Huatulco.

No es que fuera inspiradora la historia, sólo que mejoraba mucho el ánimo frente a una semana donde el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens ya dijo que ahí viene el tren de juna nuevo quiebre histórico en la eterna crisis económica mexicana, y el secretario de Hacienda, Luis Videgaray volvió a llamar a la disciplina militar de la ciudadanía en caso de colapso financiero, agregando el operístico y destornillante argumento de que el peso esta subvalorado, algo así como que la culpa de que usted se vaya a quedar en la calle no será de la impunidad, la violencia y las reformas fracasadas impulsadas desde el gobierno de Enrique Peña Nieto.

No, la culpa es de los gringos y el resto del mundo, quienes no valoran al peso mexicano, aun cuando su presidente se ha entregado a geniales ideas como el viajar a hablar de negocios con el jeque petrolero de Arabia Saudita, premiando con la orden del Águila azteca a un tipo que había mandado a ejecutar a 47 opositores a su régimen apenas unos días atrás.

La comedia bufa del peñanietismo se ve muy mal parada frente a una devaluación extrema del peso (hoy cotizándose casi a menos de un digito de los veinte pesos) y un Peña Nieto que no puede dejar de declarar tonterías como que su reforma energética no se verá detenida por los precios en caída libre de los precios del petróleo.

Ya está, la crisis será, unos dicen que finalmente explotará en un mes, otros que en quince días, otros que ya está aquí desde hace doce años, pero se empieza a sentir entre los mexicanos un vértigo parecido de quien sabe que el urbano en el que viaja, se va a estrellar contra una vidriería.

Quienes vivieron la crisis de 1994 empiezan a recordar cuando perdieron su automóvil, o su casa, o su negocio, o los intereses de sus tarjetas crediticias se triplicaron, hipotecando sus sueños e incluso y su dignidad.

Todo esto frente a un México enfurtido actualmente en desapariciones forzadas, fosas clandestinas, secuestros, extorsiones y una increíble vida criminal imparable donde tan sólo en el vecino estado de Guerrero suman más de cincuenta grupos delincuenciales en activo según datos de su Fiscalía General.

¿Entonces qué es lo que viene? Algunos avizoran un clima social a lo western “madmanesco” en cada esquina mexicana, otros el inevitable advenimiento de una sociedad civil que ya no podrá seguir fingiendo que va para algún lugar, con Aytozinapas, Tlatlayas, Casas Blancas, fugas y recapturas del Chapo, despedazando su ajuar de bodas de oro con el aquí nunca pasa nada.

Con el uno por ciento de su población concentrando el 43 por ciento de una riqueza que en México está a un tris de volverse humo. Con el gobierno estatal de Oaxaca anunciando que le debe más de mil millones a proveedores y otras dependencias.

Realmente nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que viene. Todo lo que podía en México estallar y mostrar sus altísimos niveles de degradación, lo ha hecho ya, para ejemplo más reciente está el respaldo que el líder de Morena, el alguna vez coherente Andrés Manuel López Obrador, ha dado para que Salomón Jara, acusado en este sexenio de un peculado de más de treinta millones de pesos, sea el candidato de su recién fundado partido para las elecciones de gobernador en Oaxaca.

Y es en medio de todo este caldo de cultivo de desastres que penden sobre un hilo, donde aterriza el ya mencionado diagnostico de Carstens avisando de que ahora si nos tocó volver a bailar con la más fea.

Citar que todo lo que está mal y que va a estar peor es fácil, dilucidar o calcular como se va a sobrevivir o pervivir en medio de eso, no tanto.

Lo que sí es claro es que la muy dividida sociedad civil mexicana (la que sea, la que verdaderamente exista), en medio de una tierra envuelta en la narco política, la corrupción endémica, la negligencia crónica y las herencias de sangre y más sangre; debe hacer por empoderarse de una vez por todas en su propio diluvio.

Las candidaturas ciudadanas parecen ser ese recurso que por fin el expuesto, enviciado y culturalmente adulterado sistema político mexicano ha podido soltar en su desatada lucha por no extinguirse en el fuego social inevitable de su aún más inevitable eclosión.

La ciudadanía tiene que bajar a los políticos de sus mentiras, de sus coartadas, de sus presupuestos. Si no lo hace o por lo menos empieza a organizarse para visionar como empezar a hacerlo, el naufragio del Titanic empezara a sonar próximamente como un cuento blanco para niños.

No es que no vayamos a hundir, es que hundidos ya estamos. Ahora al parecer lo que viene es saber cómo vamos a nadar de muertito.