Estomago fuerte para placeres exquisitos

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Raimundo Nonato (Joao Miguel) es un cocinero exquisito, aunque un poco extraño. Sus recetas llevan a lapsus de placer incalculable, seguidas por dosis de vistazos a un infierno inconmensurable. Nonato ya no puede distinguir los límites  entre el sabor y el dolor, entre el placer y la muerte. Su sazón lo llevará  a la cárcel, a la traición y al cultivo de amistades con las que agacharse a recoger el jabón es ya arriesgarse demasiado.

 

Marcus Jorge realizó en el 2007, Estomago, disertación gastronómica sobre la búsqueda de estatus en un mundo de gustos devaluados, de metas abortadas por cálculos en los que no todo el mundo puede ser incluido.

Nonato es un pobre vago sin horizonte que inicia su camino a la grandeza por principios de no poder pagar su cuenta en un bar. De lavatrastos pasará a aprendiz de cocina, con cuyo talento innato (cual ratoncito de Ratatouille carioca) conquistará no solo el corazón de los comensales, sino de una prostituta llamada Iría (Fabiula Nascimniento) quien lo animará a superarse, pero también a perderse en una furia asesina que lo llevará a una prisión donde el gordo matón mandamas Bujiu (delirante Babu Santana) lo adoptará como su chef personal sin calcular que con esto terminará por sellar su destino.

Miguel entrega a un Nonato dubitativo entre el complacer y el jalar la cuerda que sujeta el cogote. Un tipo que descubre en su talento para las especias y el sazón un vehículo para encajar en un mundo que solo tomará de él lo que le conviene.

Comedia, drama, especie de Festín De Babette subvertido en cosmogonía tipo David Lynch conoce a Ciudad de Dios, Estomago  se enriquece por la acertada de decisión de contar su historia en dos tiempos, en un pasado fuera de prisión que podría ser el futuro, y en un presente en la cárcel que al final podría ser el  pretérito pluscuamperfecto de las verdaderas ganas de salir adelante.

Mezcla de El Padrino, Los tres chiflados, El Club de la pelea y El Chavo del ocho, la opera prima de Marcus Jorge decae en algunos momentos y se repite tal vez demasiado en su axioma de vísceras-manjares-vómitos verdes, pero no lo suficiente como para llegar a eclipsar una vibrante propuesta que mira al placer como principio de toda indigestión.

Acida, deliciosa, silbante con la  tonada del hedonismo, el amor enloquecido, las jerarquíasde la corrupción y los ánimos antropófagos del que venza la epidémica e infernal carrera del más fuerte.