Tierra de sangre

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Hollywood sabía que había una gran película de acción esperando al otro lado de la frontera y que había que ir por ella, propulsando a Tierra de Carteles- Cartel Land (EUA,2015) como el testimonio absoluto, que cuando las cosas se ponen feas, todavía se pueden poner peor.

Matthew Heineman se lanzó a Michoacán a seguir el proceso de surgimiento, cenit y desarticulación de las autodefensas, grupos ciudadanos que le plantaron cara a la extorsión y aniquilación que venían sufriendo del crimen organizado encarnado en la brutalidad y vocación de sangre de la Familia Michoacana y sus Caballeros Templarios.

José Manuel Mireles, líder de esto grupos de ciudadanos armados y sublevados contra un gobierno federal que podía permitir que sus gobernados fueran secuestrados, violados, cooptados y ejecutados, pero jamás que se levantaran en armas para combatir su propio exterminio, es el protagonista de este recuento de un país enterrado que ya se comió su propia cola.

A la figura carismática, contradictoria, seguida por todos y en constante movimiento del Doctor, Heineman contrapone al solitario Tim Foley, un veterano de guerra medio loco que se la pasa patrullando la frontera de Arizona, con su ejército de un solo hombre, reflexionando todo el tiempo, entre sombras, sobre las terribles amenazas que los carteles de droga mexicanos significan para la sobrevivencia de un país, que es su mejor consumidor y que siempre le ha apostado a estar destinado a una grandeza otorgada por obra y seña del Espíritu Santo.

Mientras Foley se la pasa esperando unas invasiones bárbaras que le caen a cuentagotas, Mireles las confronta a sangre y fuego, haciendo frente a su papel de líder sublevado, cayendo cada vez más en una ensoñación de sus propios alcances que tarde que temprano terminará por pasarle factura.

Heineman no romantiza los hechos, pues no hay nada que romantizar. Desde los ojos vacios de una joven a la que le asesinaron, torturaron y descuartizaron al marido, que cuenta todo el macabro tramite como si estuviera dando el estado del tiempo, hasta los cocineros de cristal que se autonombran como los mas chingones y hacen lo que hacen porque la cosa no está como para ponerse sensible, pasando por el antiguo comisionado Alfredo Castillo y su discurso que el mexicano bueno es el mexicano quieto, el también director de fotografía presenta una radiografía de un conflicto con puras calles sin salida, al que provee de una puesta en escena repleta de recursos visuales (Kathryn Bigelow es la productora ejecutiva), que a veces hacen pensar que se está viendo un largo capítulo de Los Soprano se van a Bagdad, y no el testimonio de un México que a estas alturas ya va en el veinteavo capítulo de la escritura de su muy propio, particular y ascendente infierno.

Tierra de Carteles es la constatación de que cualquier cosa, incluso la sanguinolenta, salvaje, violenta e irredenta degradación de la vida pública de una nación que hasta hace unos años presumía de tener la dictadura perfecta, puede ocupar el horario triple A y hacer que nos preguntemos a que maldita hora terminará por salir un Rambo redentor a salvarnos de las garras de los bad guys.

Los westerns ya no son lo que eran antes.