Monstruos de corrupción

0
158

En su descripción de autoridades corruptas y mundos kafkianos, Leviatán (2014) es una historia que se podría perfectamente desarrollar en este México lindo y podrido.

En una provincia costera rusa pobre diablesca y llena de esqueletos de barcos que perecieron anclados, viven el rebelde y bebedor Kolya (Aleksey Serebryakov) su esposa contenida y algo abnegada Lilya (Elena Lyadova) y su temperamental hijo adolescente Roma (Sergey Pokhodaev)

Los tres están siendo despojados de su casa por un chapeado y rollizo alcalde corrupto hasta el tuétano ( Roman Madyanov) que cual Hugo Jarquín ruso llega cayéndose a armarla de jamón, en pleno estado etílico por acumulación de whiskys, queriendo someter a todos con los alcances de su investidura.

La ayuda llega por parte de Dmitriy (Vladimir Vdovichenkov) amigo de la infancia de Kolya que posee un plan implacable (y lleno de triquiñuelas), para salvar el patrimonio de la familia de su amigo del político nepotismo caníbal, aunque al final su presencia desencadenará otros monstruos dormidos, tan peligrosos como los que ha venido a enfrentar.

Triunfadora en el Cannes del año pasado, el director y guionista Andrey Zvyagintsev logra un retrato encomiable, aunque desigual, en su descripción de las lógicas de podredumbre.

Zvyagintsev acude en su historia a todos los tipos de corrupción posibles, la institucional, la ideológica, la religiosa, la personal, entremezclándolas hasta el punto de acceder a un cuento moral que no aspira a encontrar redención, sino la explicación del por qué al final ya no hay salida.

Con una calculada lentitud en la narración que lleva a que una vez desencadenado el infierno este queme todavía más, con un score meditabundo del aclamado Philip Glass, que hace eco de esa panza esquelética de una ballena muerta que se torna en leit motiv de la película, con una contemplativa puesta en escena de Zvyagintsev que a veces recuerda a los hallazgos existenciales del mejor Tarkovsky (pero que se desinfla un poco en la segunda parte al exagerar en su dosis melodramática), Leviathan es la puesta al día de un espacio de corruptelas que en su descripción de la descomposición, perversión, prostitución y envilecimiento de un lugar fisco y mental, se consigue universal.

El Leviathan de la cinta sigue siendo el monstruo marino, que sale las profundidades para devorarlo todo, solo que aquí esa profundidad ya no está en el agua, sino en nuestro interior, en esa costumbre de depredarnos entre nosotros mismos, de arrebatarnos, acabarnos y formular al final el catálogo de preguntas del bueno, abnegado, bíblico y virulento de Job.