Federalismo y alternancia

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Uriel Pérez García 

En 1947, el municipio de Quiroga en el estado de Michoacán se convirtió en la primera alcaldía que sería gobernada por el Partido Acción Nacional, sentando uno de los primeros precedentes de lo que cuatro décadas más tarde significó una alternancia política que se fue abriendo camino desde la periferia hasta llegar al centro del país en el año 2000.

A mediados de la década de los 80’s y derivado de una serie de acontecimientos que pueden tener su punto de partida con la apertura a la pluralidad política con la reforma político electoral de 1977, posteriormente la crisis económica de 1982, así como las distintas reformas al artículo 115 constitucional, se instauraron las condiciones que propiciaron el desmantelamiento de un sistema de partido hegemónico que cada vez se fue debilitando ante el incremento de la competencia política.

De tal forma que en 1989 Baja California elige a su primer gobernador de oposición, con lo que de manera paulatina se fue configurando un escenario en el que se ejerció cada vez más presión desde los estados hacia el centro para exigir mayores recursos económicos, además de un mayor margen de autonomía que hiciera valer ese pacto federal que en los hechos se desdibujaba ante el control absoluto de quien ocupara la presidencia de la república.

Sin embargo hay que señalar que esto no se tradujo automáticamente en un cambio de régimen, puesto que contrario a lo que se pudiera esperar en torno a los avances de pluralidad y competencia política, a partir de la alternancia en el gobierno federal en el año 2000, lo que se suscitó fue un contexto con pequeños autoritarismos subnacionales, originados por la ausencia de control político desde la presidencia de la república.

No obstante, se suscitaron diversos cambios en el plano jurídico e institucional que permitieron ir normalizando la alternancia política de manera pacífica desde el ámbito municipal hasta la titularidad del ejecutivo federal, que debe reconocerse hubiera sido imposible sin esa participación ciudadana que se atizó desde la esfera local.

Hoy vemos una reconfiguración en el escenario político que se suscita de manera inversa, es decir, en los últimos tres años principalmente se ha dado un reacomodo de fuerzas impulsado desde el centro, de manera que en 17 estados de la república gobierna el partido MORENA, además de perfilarse a ganar por lo menos 4 gubernaturas más en los comicios del próximo junio del presente año.

Sería sumamente aventurado hablar en este plano de un nuevo partido hegemónico, puesto que el contexto es evidentemente distinto. En primer lugar debido a que este reacomodo en el mapa político obedece principalmente a un liderazgo visible que comienza la etapa de descenso y que en poco menos de tres años tendrá que ceder el bastón de mando a quien tendrá el enorme reto de mantener la fuerza política de su partido para consolidar el proyecto que encabeza.

De aquí la enorme necesidad de disminuir o incluso desaparecer a instituciones como el INE o el INAI, por mencionar algunas, que de alguna u otra manera han contribuido de manera considerable al sistema democrático, pero que significan en este momento un obstáculo para lograr el control absoluto que en otrora tiempo ejercía el presidente que se erigía en el tlatoani, el jefe máximo.

En segundo lugar, aun si lograran disminuir los equilibrios que se han construido con todo y sus vicisitudes en la esfera institucional, lo cierto es que una vez que el jefe del partido deje de ser presidente será complejo que los distintos grupos políticos se alineen en torno a un proyecto, puesto que seguramente seguirá prevaleciendo el sistema del botín y nos encontraremos nuevamente en una nueva configuración que por una parte suele ser sana en una democracia.

Pero por otro lado lo cierto es que el esquema político del siglo pasado sigue prevaleciendo, los partidos políticos pareciera que siguen en la constante búsqueda no de la representación ciudadana, como debiera ser en una democracia representativa, sino que se encuentran en el constante acecho del poder político.

Ante este entorno no queda más que apostar a la construcción de ciudadanía, de una sociedad informada que exija sus derechos y respete sus obligaciones sobre todo en un espacio de respeto, evitando la polarización, la confrontación y la violencia, privilegiando el diálogo, dejando atrás la persecución del interés particular. Sin duda el ámbito local sigue siendo el punto de partida para lograr este cometido.