Rodolfo Morales, un artista oaxaqueño latente

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Reforma

El lugar lleva todavía el nombre formal de Ocotlán de Morelos, en honor al héroe independentista. Para algunos, sin embargo, como se ha sido sugerido en ánimo festivo, pero por ello no menos serio, hay un nombre que mejor refleja el espíritu de la localidad oaxaqueña: “Ocotlán de Morales”.

Y es que en la cabecera del Municipio homónimo, en los Valles Centrales del Estado, resulta imposible no hallarse inmerso en la obra del pintor Rodolfo Morales, oriundo del sitio y fallecido ahí mismo hace justo 20 años.

“Veinte años de su ausencia física, pero lo tenemos en la mente; lo recordamos a diario”, declara Alberto Morales, su sobrino, quien, en la que fuera la última morada del artista, preside la Fundación Cultural Rodolfo Morales, asociación civil creada en 1992 que no ha cejado en su misión de defender y promover la cultura de la región, así como la figura y obra del pintor.

Erigido a través de los años como uno de los pilares de la Escuela Oaxaqueña de Pintura, precedido generacionalmente por Rufino Tamayo y sucedido por Rodolfo Nieto y Francisco Toledo, Morales es recordado en su tierra natal no sólo como un gran creador, sino como un filántropo amable, reservado y sencillo.

“Aquí, en Ocotlán, más que nada lo que nos lega es esa parte de contribuir a las comunidades que lo requieren; contribuyó mucho a comunidades que son vecinas”, explica su sobrino.

Para el artista, quien hizo famosa la historia de que su verdadero deseo desde niño era ser pintor de iglesias, la conservación de los conventos de los siglos 16 y 17 de Ocotlán y pueblos aledaños fue, junto con su producción, un empeño indeclinable.

Gracias a su intervención y mecenazgo, los conventos de Santo Domingo, Santa Ana Zegache, San Jacinto, San Baltazar Chichicápam, San Pedro Taviche, San Felipe Apóstol y Magdalena pudieron ser restaurados y abiertos al público.

“Toda esa labor que hizo fue para darle la identidad a las comunidades. Decía que las iglesias son el corazón de los pueblos, donde se reúnen todas las personas, tanto pobres como ricos”, detalla el presidente de la fundación.

Pletórica de mujeres que vuelan cual ángeles por los techos de las iglesias, la obra de Morales es también un compendio emotivo de la arquitectura de los pueblos oaxaqueños, con sus templos, plazas y lugares de reunión, fiesta y contemplación.

Hermanadas reiteradamente con la poética visual y la paleta de colores de Marc Chagall, sus pinturas tienen, a decir de estudiosos de su obra, la cualidad de parecer sencillas y abiertas, pero entrañan gran profundidad y simbolismo.

“No resulta difícil (para algunos) considerarlo un pintor ‘inocente’… o populista, que toma de su natal Oaxaca lo que en el pueblo es ‘alegría’, ‘jolgorio’ y ‘color’, ‘mucho color’.

“Para nosotros, al contrario, cuanto más penetramos en la obra de Morales, menos fácil nos parece su lectura; más compleja y llena de misterios se presenta ante nuestra razón y sentidos”, según escribió Antonio Rodríguez en un libro-catálogo editado por la Fundación Alejo Peralta.

Hijo de un carpintero y de una maestra rural, trazó su camino artístico pintando para sí, sin esperar fama o fortuna.

Animado por una publicación que leyó muy joven, decidió salir de Ocotlán para estudiar pintura en la Ciudad de México, donde vivía su hermano mayor, José.

Educado en la Academia de San Carlos, a la que ingresó en 1949, dedicó gran parte de su vida a la enseñanza artística en la Escuela Preparatoria No. 5, donde trabajó hasta jubilarse.

“Él siempre pintaba. Yo lo veía cómo pintaba los sábados y los domingos”, recuerda su sobrino, quien vivió algunos años con él en la casa del artista en la calle de Pacífico, en Coyoacán.

Elogiado por Tamayo tras exponer en la galería Casa de las Campanas, en Cuernavaca, Morales comenzó a tener reconocimiento público hasta los 50 años.

Aunque hoy es considerado, con justicia, un gran maestro, las autoridades del País nunca le organizaron en vida la gran retrospectiva que merecía en el Palacio de Bellas Artes, en el Museo de Arte Moderno o algún otro recinto relevante.

“Tal vez no se le reconoció ahí, pero él disfrutó mucho haber logrado contribuir a su comunidad”, contrasta su sobrino.

“Yo lo conocí desde que tengo uso de razón, antes de que él fuera conocido artísticamente, y era una persona muy noble, generosa, que siempre contribuía para el pueblo, no en grandes cantidades, como lo logró hacer después, pero siempre con ese corazón de dar”.

Desde “Ocotlán de Morales”, donde se fundó un centro cultural en la que fuera su casa, donde se erigió un museo con su nombre en el ex Convento de Santo Domingo y donde el Palacio Municipal tiene dos murales de su autoría, el artista está vivo todos los días.

“Hizo lo que a él le tocó hacer. Ha habido reconocimiento, pero también la satisfacción de haber ayudado a su comunidad. Siento que ése es su mejor premio: haber logrado lo que se había propuesto”, festeja, a 20 años de la partida del maestro.

Afecta humedal a murales del artista

Los dos murales que Morales pintó en el Palacio Municipal de Ocotlán se encuentran constantemente a merced de la humedad del inmueble, que necesita un estudio a profundidad para corregir el problema.

Si bien es cierto que ambas obras han sido restauradas en dos ocasiones y actualmente se encuentran en buen estado, las lluvias ponen su integridad constantemente en riesgo.

“Ahorita tiene como dos años, dos y medio, que se restauraron, porque hay mucha humedad. Hay un problema muy grande y persistente, entonces cada que llueve se llegan a humedecer”, advierte su sobrino.

Según informa, el INAH ya ha puesto atención en el problema.

“(El Instituto) vino a hacer un estudio visual, pero dice que hay que hacer un estudio más profundo, con más equipo. Está el tema de verlo con las autoridades para que también se involucren y se haga ese buen estudio y se llegue a una buena solución”.

Los dos murales son ejemplos de sus periodos temprano y maduro, pues el primero fue pintado recién egresó de la Academia de San Carlos, y el segundo ya habiendo desarrollado el estilo por el que es ampliamente conocido.

“Yo lo entiendo así: el primero es académico, y ya el otro parte de un estilo propio del maestro”, resume el presidente de la Fundación Rodolfo Morales.