Sin visas, los trabajadores de las ferias están atrapados en México

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Su viaje anual a Estados Unidos era una rutina que compartían muchas personas de la empobrecida ciudad de Tlapacoyan, ubicada a unos 305 kilómetros al este de Ciudad de México, que suministra a dos terceras partes de los trabajadores extranjeros que anualmente contrata el sector del entretenimiento en Estados Unidos.

Sin embargo, este año Trujillo no está vendiendo boletos para los carritos chocones ni haciendo algodones de azúcar. En medio de un acalorado debate sobre cuántas visas debería emitirle el gobierno de Estados Unidos a los trabajadores estacionales, es uno de los miles de mexicanos que se quedaron en casa porque no obtuvieron el permiso para laborar del otro lado de la frontera.

“Dicen que les quitamos los trabajos a los estadounidenses”, menciona Trujillo, quien ha trabajado en las últimas cuatro temporadas de ferias ambulantes en Nueva York, Ohio y Pensilvania. El trabajo de las ferias ambulantes es “realmente duro”, comentó, y añadió que “los estadounidenses no quieren hacerlo”.

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Mientras los políticos estadounidenses y los propietarios de negocios discuten sobre la cantidad de visas H-2B para los trabajadores no especializados y de empleos no relacionados con la agricultura, Tlapacoyan —una ciudad de unos 60.000 habitantes en las montañas del estado de Veracruz— demuestra cómo la falta de una resolución afecta a México. El año pasado, los mexicanos recibieron más de dos terceras partes de las 84.000 visas H-2B que Estados Unidos emitió para trabajadores migrantes de todo el mundo.

La falta de visas dejó a cientos de familias sin un ingreso anual que evita que vivan al día y acrecienta los problemas de un pueblo que lucha, como muchos en el estado, con los altos índices de delincuencia. De un estimado de entre 4600 y 6000 residentes que trabajan en la temporada de ferias ambulantes, cerca de una tercera parte se han quedado desempleados.

Ahora venden tacos, conducen taxis o trabajan en los campos de mandarina y plátano cercanos al pueblo por poco más de un dólar la hora. Algunos usan Google Translate y WhatsApp para revisar el estatus de su visa con quienes eran sus empleadores estadounidenses.

Trujillo trabaja como chofer del personal de una construcción, con un sueldo de apenas 85 dólares semanales, menos de la cuarta parte de lo que gana en la feria de atracciones.

Usó los ahorros de su temporada en Estados Unidos para comprar un terreno, construir una casa de una habitación y hasta se dio el lujo de comprar una carriola de 350 dólares para su hijo que ahora tiene un año y diez meses de edad. Sin embargo, dice que este año “la Navidad no será como siempre; no habrá regalos ni pavo”. Ya mejor se olvidó de llevar a su hijo a un parque para observar animales cerca del estado de Puebla por su cumpleaños. “Apenas tengo para vivir al día”, dijo.

Martín Peña, de 34 años, pasó dos temporadas con una empresa de atracciones de Ohio pero no ha recibido la visa de este año, por lo que tuvo que aplazar sus planes de comprarle un sofá y una lavadora a su madre.

Peña enviaba desde Estados Unidos hasta 300 dólares a la semana de su sueldo de 345 dólares; comía pollo frito o huevos con chile y tomate para ahorrar dinero. Demolió la choza de madera donde vivía con sus padres en las afueras de Tlapacoyan y levantó una vivienda con muros de bloques de concreto. También pagó el tratamiento de tifoidea de su padre.

Dijo que aunque era doloroso trabajar lejos de su familia, tener que vivir sin el ingreso extra es mucho peor. “Siento una ansiedad que no se me quita”, agregó.

Las dificultades con las visas comenzaron en marzo, cuando se acabó la distribución de las H-2B lo que obligó a que algunos negocios estadounidenses tuvieran que buscar desesperadamente al nuevo personal que se encargara de embellecer los jardines, limpiar cuartos de hotel, operar las ruedas de la fortuna y salir a pescar camarones. La demanda de visas era elevada, según los reclutadores y expertos, y el congreso no renovó una cláusula que excluía a los trabajadores H-2B de formar parte de la cuota total de 66.000 visas.

En mayo los legisladores le otorgaron al gobierno la autoridad para casi duplicar el límite de la cuota de este año para salvar “a los negocios estadounidenses de un daño irreparable” y el 17 de julio la Casa Blanca autorizó un incremento de 15.000 visas, lo que hizo que la cantidad total se acercara a la del año pasado. No obstante, los propietarios de los negocios dijeron que las visas adicionales eran pocas y llegaron muy tarde.

Debbie Murray, una de las propietarias de Murray Brothers, una empresa de ferias de atracciones con sede en Cincinnati, dijo que este año había reducido sus operaciones porque no pudo conseguir a 30 trabajadores confiables. Hace varios meses solicitó doce visas para sus trabajadores mexicanos, de las cuales solo le otorgaron cuatro la semana pasada.

“Es muy difícil que nos recuperemos por completo”, dijo Murray, quien habló por teléfono desde el festival de una iglesia de Cincinnati donde dijo que estaba operando cinco atracciones en lugar de las diez que suele poner en funcionamiento. “He estado trabajando desde abril y estamos a una semana de agosto”, dijo. “La temporada se acabó”.

Los críticos del actual sistema H-2B dijeron que las estadísticas no sustentan las afirmaciones de que la mano de obra estadounidense es escasa en sectores que usan muchas de las visas, como el diseño de jardines, y que los empleadores podrían cubrir las vacantes con trabajadores estadounidenses si pagaran más o reclutaran fuera de su área.

El programa de visas amarra a los trabajadores extranjeros con un empleador, por lo que son susceptibles de ser explotados, afirma Daniel Costa, director de Investigación de Políticas y Leyes Migratorias en el Economic Policy Institute de Washington. Algunos reclutadores exigen pagos, una práctica que se prohíbe en Estados Unidos, ya que obliga a que los trabajadores se endeuden y los vuelve más condescendientes.

En lugar de que los empleadores determinen cuántos trabajadores extranjeros necesitan, el gobierno podría instalar un órgano independiente para identificar la escasez de trabajadores y asignar visas, advirtió Costa.

“Lo único justo es establecer el sistema de tal forma que no se les explote”, dijo en referencia a los trabajadores migrantes. “De lo contrario, los empleadores tratarán de mantener los salarios bajos”.

A la mayoría de los trabajadores de ferias ambulantes de Tlapacoyan se les contrata a través de James Judkins, exartista de circo y presidente de JKJ Workforce Agency, una empresa de Rio Hondo, Texas, y con la ayuda de su representante en México, Víctor Apolinar Barrios.

Los residentes reclutados en la oficina de Apolinar —quien actualmente es el alcalde de Tlapacoyan— dijeron que creían que él había hecho una fortuna cobrándole cuotas a los trabajadores para asegurar sus empleos. Ninguno aceptó que se le citara en este reportaje, por miedo a acabar con sus posibilidades de conseguir trabajo.

Por otro lado, los defensores del trabajo lograron conseguir decenas de miles de dólares en 2015 por pagos retroactivos que se les debían a los trabajadores tras presentar una demanda ante la Junta Nacional de Relaciones del Trabajo en contra de un sindicato vinculado con Judkins porque su hermana, Deborah Judkins, era la administradora. La denuncia argumentó que el sindicato, la Association of Mobile Entertainment Workers, era una estafa que afectaba a los trabajadores al aceptar que se les pagaran tarifas semanales en lugar de por hora.

Apolinar no respondió a varias llamadas para solicitarle su opinión. Sus asistentes dijeron que no estaba cuando las periodistas visitaron su oficina, a pesar de que era evidente que estaba allí. Judkins dijo que su organización era cuidadosa con el cumplimiento de la ley y se aseguraba de que a ningún trabajador se le hicieran cobros ilegales.

A pesar de todas las dificultades de sus empleos, varios trabajadores de las atracciones —que seguían esperando sus visas durante este mes— dijeron que disfrutaban el circuito de ferias.

Sí, había días que trabajaban hasta la madrugada, clientes que vomitaban en el Zipper (una atracción que consiste en girar de cabeza en pequeñas jaulas) y el ocasional ataque racista de un padre cuyo hijo no era lo suficientemente alto para subirse a un juego. Pero también está la oportunidad de aprender inglés, comprarse unos zapatos de moda de segunda mano y dejar atrás la violencia de México.

Eduardo Torres, de 25 años, quien ha trabajado dos temporadas para Murray Brothers en ferias de Kentucky, Indiana y Ohio, comentó que nunca se imaginó que viajaría en avión ni que visitaría grandes ciudades. Se maravilló ante las “cosas tan interesantes” que había en todos lados y compró mucha ropa usada. “Fue un sueño hecho realidad”, dijo.

Para Trujillo, cuyo trabajo favorito era servir churros y hamburguesas mientras aprendía inglés —“como en una escuelita”—, las ferias se habían convertido en una ventana hacia una existencia prometedora.

En Estados Unidos, dijo Trujillo, “si sueñas con quince cosas, te puedes comprar cinco”. En Tlapacoyan, dijo, también se sueña, pero cuando abres los ojos, de las cosas que soñaste “no tienes ni una”.