Vampiros en su jugo

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El encopetado Vladislav, el sensible Viago, el rebeldon Deacon, el pálido y calvo Petyr, son un grupo de vampiros que llevan siglos viviendo juntos y un día deciden que hacer un documental sobre ellos, en el que demostrarán que los chupasangres también son muy humanos para eso de agarrar una cruda inmunda, intentar salir bien librado de una relación de pareja (en la que parte femenina es una vampira milenaria invasiva a la que llaman Bestia), y superar detalles aparentemente nimios como es poder entrar a un antro a divertirse, si el cadenero de la entrada no los ha invitado a pasar.

Lo que hacemos en las sombras (Nueva Zelanda, 2014) es el resultado de esta especie de Spinal Tap pasado por sangre, un falso documental con miras a una observación desternillante de las más arraigadas convenciones del mito colmilludo, vía una historia del tipo Los Tres chiflados conocen a las novelas vampíricas y acartonadas de Anne Rice.

Los comediantes, directores y realizadores, Jemaine Clement y Taika Waititi, son los responsables de este banquete de humor chirriante y cínico.

Donde se burlan de lo más a gusto de mitos vampíricos como las orgias de sangre (que aquí más bien devienen en resacas existenciales, dilemas morales básicos como el cómo hincarle los colmillos y darse un festín con una chica guapa que está muy ilusionada con pagar su renta, o sobre como admitir en el grupo un nuevo integrante convertido, Nick, quien no puede mantener la boca cerrada y hasta al cajero del minisuper lo amenaza con chuparle la sangre cuando este no le acepta sus cupones de descuento.

Descocada, muy gozosa, Clement y Waititi desarman la trascendencia y culto del Nosferatu original de FW Murnau (1922), trasladando su aspecto de Tío Lucas orejón, traslucido y con la dentadura de un buldog a la figura de Peter, el colmilludo más viejo de la banda. Callado, solidario, comprensivo como pocos, pero brutal y muy cumplido cuando se trata de no dejar salir a los banquetes de la noche.

Además de las mofas que hacen de los ceremoniosos, respetuosos y ridículamente sexis viajes de Francis Ford Coppola en su Drácula del 92, de la adaptación cinematográfica que Neil Jordan hiciera de Entrevista con el vampiro en el 94, e incluso de aquella tristeza bizarra que envolvía a una caricatura de culto como lo fue el delirante Conde Patula, para los que fuimos niños a finales de los ochentas.

Lo que hacemos en la sombra es una de las cintas más divertidas e hilarantes del año, con su humor absurdo, inteligente y desangrado en sus ganas de sangrarlo todo, no tomándose a nada ni a nadie lo suficientemente en serio.

¿Cómo hacerlo con cuatro protagonistas tratando de quedar guapos para una fiesta superando el hecho de que no pueden ver su reflejo en un espejo?