Claudia Galguera
En nuestro país hay una cultura sobre el cuidado de nuestros menores, de las personas con capacidades diferentes y de los ancianos, asignada casi de forma inherente a las mujeres, quienes desde tiempos remotos han sido las cuidadoras por excelencia. Datos del INEGI muestran que 28,4% de la población en México realiza trabajos de cuidados, en decir 28,3 millones de personas de 15 años y más brindan cuidados. De este número 75.1% son mujeres cuidadoras.
Y ¿qué es ser una cuidadora o cuidador? El mismo INEGI lo define como las actividades específicas que realizan las personas para atender, asistir, acompañar, vigilar y brindar apoyo a las y los integrantes del hogar o a otras personas, con la finalidad de buscar su bienestar físico y la satisfacción de sus necesidades básicas. ¿Y, quién cuida a las y los cuidadores?
En el 2020 se presentó una reforma para la creación de un Sistema Nacional de Cuidados, misma que fue aprobada en la Cámara de Diputados, pero que se quedó congelada en su proceso legislativo en el Senado.
Recientemente, el pleno de la Cámara de Diputados aprobó reformas a la Ley General de Desarrollo Social para incluir derecho al cuidado, establecer la política nacional de cuidados e incluir el derecho de personas vulnerables a recibir esa protección de parte de instituciones del Estado, con presupuesto cero por desgracia.
La realidad es que nadie cuida a esas personas que aparte de trabajar por su sustento, se despiertan por la madrugada, para dejar alimentos preparados, hogares limpios, llevar a niños al colegio, correr para recogerlos a tiempo y cuidar de ellos el resto del día; así como de las personas adultas mayores que viven en el hogar, y todo aquel familiar a quien haya que asistir; y ahí es donde se abre la brecha de la desigualdad.
Estas personas requieren de protección y derechos, de seguridad social, de programas en donde el gobierno les otorgue beneficios específicos, quienes tendrían a su vez, que capacitarse para realizar esa noble actividad.
Está claro que nuestras infancias, nuestros adultos mayores y todas aquellas personas que requieren de especial atención merecen el mejor de los cuidados, pero a estas personas, que en su mayoría son mujeres ¿quién las reconoce? Aún no hay un sistema que pueda gratificar de manera digna este importante trabajo, algo que las alivie un poco de la abrumadora responsabilidad de cuidar sin ser recompensadas y, todavía, tener que salir a buscar el pan de cada día, como si su actividad no fuera digna de un salario.