Pasteles y vidrios rotos en el diez de mayo

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Por Rodrigo Islas Brito

El día de las madres de este 2016 está a unas horas de concluir y las celebraciones para las autoras de los días de todos nosotros puede que sigan por unos días más.

“O puede que no”, considera Eugenia Martínez cuando se le comenta sobre este cálculo periodístico suscitado por los cientos de buenos deseos y besos satelitados registrados en las calles, escuelas (con festivales de bailables día de las madres tan presentes como siempre) y redes sociales.

Se le ha abordado a la señora Eugenia en el inter en el que su acompañante la ha dejado tomándose un café late en el interior de un establecimiento al que la mujer califica de “remilgoso” y en el que al parecer no termina por sentirse a gusto.

“¿Pero si le gusta esta fecha, no señora?” se le pregunta a Doña Eugenia quien mira por respuesta al reportero, con una mueca de -que preguntas tan idiotas se avienta usted-

“Estas fechas son solo para taparle el ojo al macho. Es como un trámite ya, a la madre puras habas todo el año, pero nada más cae el diez de mayo y hasta mariachi le llevan”.

Doña Eugenia, quien en su rictus inmisericorde recuerda a la madre que la actriz Columba Domínguez interpretó en Los Hermanos del Hierro, empieza a toser una, dos, cinco veces. Parece que el late no le caído tan bien. Ella informa que esa bebida ni le gusta, que se le ha pedido su hijo porque le ha dicho que “es lo más sabroso que bebería en su vida”, pero que después ha respondido una llamada en su celular por la que se ha tenido que ausentar.

“Me dijo que regresaba en dos minutos y yo creo que hasta me dejo acá”, sentencia una Doña Eugenia que cuenta que ya pasa de los 65 años y tiene cuatro hijos.

“El mayor tiene 48, pero ya no lo veo tanto, vive en Tapachula, Chiapas, y la última vez que lo vi fue la navidad pasada”.

Se le pregunta a la mujer cuantos años tiene el hijo que la llevó al café, ella responde que el chico tiene 23, pero que en realidad no es su hijo, sino su nieto.

Doña Eugenia pone cara de que no va dar más información que esa, pero este reportero no hace caso y encuentra la amable manera en la que la señora le acabe platicando su historia a un perfecto extraño.

“La madre del muchacho, es decir mi hija, se fue al otro lado hace unos 20 años, dijo que después mandaría por él, pero nunca lo hizo. Siempre tuvo un pretexto, que la migra, que el once de septiembre, que no se podía regresar a verlo porque ya estaba viendo lo de su residencia”.

“Al final lo último que supimos de ella es que estaba viviendo en una ciudad de Oregón, no recuerdo cual. Alguien más me dijo que en realidad ella ya se había juntado con un marine y había tenido otro hijo”.

“Nunca supe si era cierto o no, cuando se lo pregunte una vez por teléfono ella lo negó y nunca más se volvió a comunicar con nosotros”.

Sin mucho más que agregar a la historia, el hijo –nieto de Doña Eugenia regresa unos minutos después. Vestido con un traje sastre, el chico se disculpa por haber tardado tanto pero que la llamada se trató de “un asunto de negocios”.

“¿Qué negocios?” le respondió preguntando Eugenia Martínez, a lo que el chico solo alzó brazos. Segundos después los dos salieron del lugar, dejando el café late casi intacto.

En la búsqueda de historias sobre el diez de mayo que no fueran las características celebratorias tipo “madre cuanto te quiero, madre solo hay una”, este reportero se dio a la búsqueda de anécdotas maternas un poco más obscuras.

Encontrando una en un relato de un contacto de red social que contaba como su celebración de diez de mayo había terminado con un cristal de ventana roto.

“Todo empezó normal, llegamos los tres hijos a la casa de mi madre, que no es la casa en la que crecimos todos, porque mi padre ahora vive en aquella casa con su tercera esposa”.

“Total que ahí estábamos los tres, mi hermano el mayor, mi hermana la chica y yo, comiendo, con un pastel de diez de mayo para nuestra madre. De repente a mi madre se le ocurre decirle a mi hermana, como desde hace 32 años, que no hable con la boca llena mientras come”.

El contacto cuenta que no hará una historia larga sobre eso , pero que ese solo comentario , llevó a una serie de recriminaciones dobles , triples y hasta cuádruples, donde hija recriminó a madre siempre haberla hecho menos frente a sus hermanos, donde el hijo mayor le dijo a la hermana pequeña que no era culpa de la familia que ella nunca hubiera dado una con su vida, donde madre recriminó a sus tres hijos no haberla apoyado lo suficiente cuando se descubrió que padre tenía un hijo con otra mujer , y de haberse colocado convenientemente del lado de quien tenía el dinero.

El resultado fue un pastel del diez de mayo hecho pedazos contra una ventana hecha añicos, sin que el contacto este ya seguro o no si ese pastel se lo aventó madre a la hija, o la hija a la madre o a su hermano mayor, “o si simplemente el pastel decidió emprender la huida por su propia cuenta ante tanto sombrerazo”.

Después de decir esto último, contacto aclara que lo que sí está seguro es en gresca familiar del diez de mayo, él fue el único que no aventó nada.

Una hora después de haber escuchado esta historia sobre el día de la madre , reportero ha ido a recabar una entrevista a una editorial , la amiga encargada de la oficina de comunicación, madre de una niña de nueve años, le ha preguntado si no va a felicitarla por ser su día.

Después de un intervalo de duda y pensamiento de no más de dos segundos, reportero le ha dado un abrazo a su amiga deseándole mucha suerte.