Monstruos, vivos y muertos en una noche en Santiaguito, Etla

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Un Payaso calvo, diabólico y entrado en tragos, camina en medio de la Comparsa de muertos y su noche,  le dice que a dos visitantes que aquí en Santiaguito, Etla, la cosa se va poner muy buena. Qué hay de todo y que por fiesta nadie va a parar.

Media hora después el payaso y su máscara espectral tendrán algunas diferencias con un grupo de Calaquitas dandis en el baile de la banda en la cancha de la agencia municipal.

Una de las cinco Calaquitas (chavillos de entre doce y catorce años) lo empujara por accidente y el Payaso calvo reaccionara, sin parar de bailar, centrando de un codazo a una de ellas. Sus esqueléticos camaradas buscaran venganza rodeando a Payaso, quien sin rajarse les dirá a los adolescentes que se avienta el tiro, pero que de uno en uno.

Las Calacas pubertas decidirán retirarse ante la sorpresa de triunfo de Payaso, que sacara a bailar a su hijo de seis años disfrazado de Alma en pena, celebrando que vio de cerca a las “caras de la muerte” y les pinto mocos.

Dos horas y media,  varias chelas, curados y mezcales después , en circunstancias poco claras y en medio de una guerra de bandas, una música ensordecedora  y de dos fracciones del pueblo enfrentadas , Payaso calvo será golpeado , descontado y pisoteado por fuerzas que han venido a reclamarle su temeridad para la fiesta . Porque en una comparsa de muertos uno se puede ir contento, pero jamás intacto.

Son las cuatro y media de la tarde de este primero de noviembre en Santiago, Cacahutepec, Etla (reforzado con el apelativo-diminutivo de Santiaguito)  es día de comparsa de muertos y el pueblo lo sabe.

Entre ochenta y cien pobladores están a la entrada de la población en espera de la banda de música. Dos fuereños se han bajado del colectivo que los ha dejado a la orilla de la carretera, y en tiempos de los dos encuestadores linchados en Ajalpan, Puebla, miran con cierta de desconfianza la aglomeración que los recibe.

Un lugareño con cara de que se ha tomado hasta las lociones contesta su miedo con una palabra diáfana y la mar de clara: “pendejos”.

En la casa de la familia Morales, a unas cuadras de la agencia del pueblo donde se desarrollara la fiesta, se reúnen hermanos, primos, cuñados, abuelas, nueras  y amigos invitados y colados. La señora de la casa, de profesión maestra, ha preparado un delicioso mole negro que servirá como refrigerio en el trámite de calzarse cada uno su disfraz.

Las chicas y chico adolescente, una de ellas acompañada de una madre que parece de su edad, se disfrazan de hombres gordos y tullidos, Alicias en el país de los espasmos y un sombrerero loco versión Johnny Depp tropicalizado con cananas de hilos multicolores.

Cerca de ellos una banda de primos  cuyas edades van de los dos a los doce años se colocan sus botargas de trolls narizones  con ojos de un verde que fosforece. Son cinco y cada uno tiene una escoba garrote, “característico de los trolls” explica uno de ellos, aunque nadie está seguro de la certeza de este dato.

Las mascaras  y los disfraces de hule espuma han sido mandados a hacer ex profeso quince días después de concluida la comparsa del  año pasado.

“Acá la Comparsa de pueblos es como una obsesión. La gente gasta montones de dinero para pertenecer a ella. No es como la de San Agustín (también Etla) donde van los artistas y las gringas. Y sus trajes son como espejitos. Acá la cosa es solo con la gente pueblo y para el pueblo”.

Comenta uno de los integrantes de la familia Morales, quienes para efectos prácticos y por razones de que su socialización con el pueblo se mantenga intacta, piden obviar la consonancia de sus nombres.

La oscuridad cae sobre el día, y el niño más pequeño de los Morales, que se la ha pasado preguntando por la banda, sonríe y grita cuando escucha que su música está muy cerca. Pide a sus padres que lo lleven y con el portón abierto de la casa, los tres salen a recibir la comparsa.

El tumulto de gente pasa, entre disfrazados de monstruos y con su cara normal   enfrente de la casa, todas y todos miran hacia el interior del portón abierto. Los Morales sienten que sus miradas los traspasan. Han tenido un error de cálculo.

Han abierto la puerta pero no han dejado el espacio para que la banda y la comparsa pasen a bailar a su casa. El coche de la familia y el del compadre de la abuela del niño están aparcados en el  espacio que debería de ocupar la fiesta.

Los Morales saben que tendrán problemas con más de cien miradas en fila volteando hacia ellos. Abuela alcanzara más tarde a uno de los organizadores de la comparsa para aclararle que aquello no fue grosería sino falta de coordinación y le dará su cooperación para la Banda.

En Santiaguito hay dos comparsas de muertos cada primero de noviembre. Cada comparsa va de casa en casa en el pueblo, pidiendo cooperar y buscando entrar.

“Un compadre mío le pago treinta mil pesos a la comparsa para que tocaran y bailaran tres horas en su patio. Otros les dan cincuenta pesos y entonces la comparsa solo toca una canción y se va”.

Cuenta Abuela. La banda de este año le cobrara a la comparsa 140 mil pesos, de ellos ochenta mil serán sufragados por la comisión organizadora de la comparsa, el resto será tramitado de patio en patio entre los pobladores.

“Ha habido veces en que no acompletan para pagarle a la banda. Entonces le siguen bailando y tocando de casa en casa hasta acompletar. O también hacen las octavas, donde regresan una semana después a las calles y a las casas a seguir tocando”.

Las dos comparsas que se le pasan recorriendo los suelos de Santiaguito durante esta noche de muertos. Una es la más veterana del pueblo, integrada por pobladores de más de 35 que han vivido las comparsas desde edad muy temprana, la otra se significa como la más joven, compuesta de quinceañeros,  veinteañeros y treintañeros que han querido ir en contra de la imposición de tradiciones a las que solo seguirán si les pueden dar una identidad propia.

Los Morales se dirigen a la cancha de la agencia municipal donde la comparsa más antigua los está esperando. En una esquina se encuentran con una tehuana enmascarada de traje de peltre rosa , que ante la mirada curiosa se alza la falda y muestra un enorme falo de hule espuma al que sostiene como si fuera un micrófono y ella estuviera en un concierto.

Pasado el susto, en el camino se les une el tío Eleuterio, quien recomienda, recordando aquella ocasión en el que un botellazo venido del cielo le abrió la ceja en canal en una pelea del Perro Aguayo , que dejen sus cervezas en los vasos, pues “mientras menos  cosas tengan para lanzar, mejor”.

“¡Solo espero que nos den su bendición y alcen todos sus altares para los fieles difuntos!.

“¡Solo espero que la banda aguante nuestro desmadre, esta noche de parranda que sople de poca madre!”.

“¡Yo solo le pido a Dios en esta noche extraña, que se acuerde de los cabrones, del pueblo de Santiaguito!.

Los gritos ahogados en alcohol se suscitan uno al otro, el encargado de los versos ha sido un Gorila que debajo de su máscara de simio porta una máscara de Blue Demon. La máscara dentro de la máscara es la  simbiosis de la identidad como un bien preciado, pues el chiste del buen disfraz es que ni ese vecino que te ve todos los días se entere de que lo que hay debajo, mirándolo, cotorreándolo o   armándosela de pedo, eres tú.

La Destructiva o La Tromba (el nombre varía según a quien se le pregunte) empieza con todo. Sus trombones, trompetas, clarinetes, tamboras, tubas suenan con estruendo de unos sones que ponen a bailar a los “monstruos”.

Pitufos drogados de escaso pelo azul, con peinado a lo quesillo de Oaxaca, un Brozo de cabello arcoíris cruzado por una avestruz con gesto etílico, brujos vestidos como naipes, Dráculas con cara de ayuno, Popeyes con gesto explotado de que se les pasaron las espinacas,  demonios de cabello rizado subido en sancos con uñas tan largas y negras como sus fauces, conejitas con facha de andar bien chemas y bien furiosas, transvestidos con máscaras de viejitos de Jaracuaro, Michoacán, payasos horribles que no harían reír ni a Enrique Peña Nieto , y entre el largo etcétera de este monstruoso colorido que baila al ritmo de un infierno de banda , dos jinetes calavera cuidan al fondo el tránsito de esta quimera de engendros, trepados en dos caballos a los que nadie se le ocurrió también disfrazarlos.

Los vaqueros espectrales parecieran ser los guardianes  rurales de los que está por venir , aunque solo tal vez estén cuidando la camioneta estaquitas que detrás anuncia con un letrero los cien pesos que cuesta cada six de Modelo que se resguarda en una hielera repleta de trago caro.

La Tromba y su comparsa (y viceversa) abandonan la cancha de básquetbol y se van a recorrer el pueblo. La otra comparsa y su banda ya están cerca, casi a la vuelta de la esquina.

La Macizota (nombre de la banda que el fuereño inclanesco puede repetir una y otra vez entre los pobladores esperando alguna reacción a un clarísimo albur que ni siquiera los inmuta) toca  potente, y ha adicionando al repertorio instrumental de su Tromba competidora, un cencerro y unos bongós a los que su chaparrito ejecutante les saca eco como si se tratara de una función de box. 

Su repertorio de monstruos destaca por una banda de esqueletos con frac subidos en tacones de cuatro metros, que sonrientes y sin perder un ritmo de los Looney Tunes que truena macizo y en el estruendo, reparten flores para muertos.

Un niño Annakin Skylwaker con la cara quemada, su armadura negra y los circuitos fundidos, intenta bailar tímido junto a unos Duendes Irlandeses sin arcoíris ni olla de oro, entre los que no terminar de encontrar un lugar para estar a gusto.

La noche parece hundirse entonces en una peligrosa parsimonia de la que una pareja de inconscientes enamorados pedisimos, sentados, noqueados y recargados una en el hombro del otro y viceversa, con dos botellas enteras de mezcal descansando bajo sus pies, parecen fungir como inmerecido broche de carbón.

Pero la vida no es tan fácil, y al poco rato la Tromba y su comparsa regresa a la cancha para jugarse su última partida. “¡Es el encuentro! Gritan los Morales, al tiempo que el tío Eleuterio dice que si se arman los cocolazos se va a ir a su casa por su máscara del Místico.

Nadie espera al tío, el duelo entre la Macizota y la Tromba se suelta como un torrente envolviendo todo el ambiente en una música que se vuelve en un solo ensordecedor. Conatos de pelea empiezan a darse a granel, un señor disfrazado con una playera sin magas y que cuentan que ha estado cheleando desde medio día aparece como el más rijoso de todos, tan rijoso que amenaza con madrearse hasta a sus cuates que intentan por todos los medios detenerlo.

Los músicos se desgañitan los cachetes en sus trompetas, tubas y trombones. En el duelo de la dos bandas tocando, el éxtasis de desata y los “monstruos” saltan, gritan, alzan los brazos y las mascara en un palo, como si estuvieran en un ritual al que han venido a liberarse de lo que haya que liberarse, a explotar de lo que haya que explotar, a sobrevivir de lo que haya que vivir.

Aquello  no es un carnaval, aquella franja estridente es jolgorio puro, llano, sincero, concentrado. Poco a poco la Tromba empieza a perder su aire huracanado, su pum-pum comienza a desaparecer en medio de una banda Macizota que ya le está tocando la de Sacaremos a ese güey de la barranca.

Macizota se mantiene de pie, la Tromba y su comparsa se va con su música a otra parte, a otras calles. La banda triunfadora se aposta en la cancha basquetbolera y no para.

Los Morales regresan a su casa a esperar que alguna de las dos comparsas vuelvan a pasar por ahí y ellos tengan en esta ocasión el tino de recibirlos, darles un mole negro con arroz y escucharlos bailar.

Macizota partirá después a comerse Santiaguito, Etla, esperando en la larga noche un rencuentro con su Tromba adversaria. Recorrido y baile que según la tradición no parara hasta las nueve de la mañana e incluso después de eso.

Por lo pronto el tío Eleuterio, con su séptima chela de la noche en una mano, ya está contando sobre la noche que se encontró a la Matlacihuatl y no le sacó al parche. Pero aquella no es una historia de muertos y fantasmas, aquella es una historia de vida.