Fogonero: MAD OAX

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Por Rodrigo Islas Brito

“¿Cómo va la vida en tierra de nadie?” me preguntó ayer en el chat de una red social, una amiga, que desde hace años se mudó de Oaxaca al D.F.

No es que no haya sabido que contestarle, simplemente es que eran bastantes cosas para contarle. ¿Por dónde empezar?

Tal vez podría haberlo hecho por los ladrones de gasolina de los tanques semivacíos de autos estacionados que empezaron a pulular en la ciudad, o por el auge económico del Oxifuel, combustible de caña de azúcar que con la reforma energética ha entrado a competirle directamente a PEMEX, y al cual los maestros de la sección 22 le regalaron una de las mejores etapas de introducción de un producto con la toma que realizaron y realizan de las instalaciones en Oaxaca de su más inmediato competidor.

O por los soldados con el gesto de humillación enjuta, saliendo escoltados de las juntas distritales por maestras que gritaban consignas libertarias de cuestionable sintaxis, o por las rejas del aeropuerto siendo vencidas por profesores que lo tomaron y cercaron por muy zona federal que fuera, cuya calidad de intocable (al menos en Oaxaca) solo existe en la santidad de un letrero.

O por el bloqueo que taxistas y transportistas le hicieran al bloqueo gasolinero de los maestros en plena carretera de apocalíptico horizonte que fue calificado por un público palomero de redes sociales como un duelo de “zombies contra orcos”, o por las calles sin carros y el ambiente sin claxons producto del embate magisterial contra la súper capitalista costumbre de transportarse en vehículo automotor, donde los ciclistas no quisieron dejar de experimentar un cierto dejo de una remota justicia poética.

Por las tarifas dobles, triples y cuádruples que mototaxistas y choferes de colectivos impusieron a sus pasajeros con el pretexto del desabasto de combustible, por las colas interminables de automóviles y las procesiones pesadillescas de automovilistas que solo pedían pertrecharse del suficiente oro negro que les permitiera salir a flote en una ciudad de convulsión perpetua que se desfonda un día sí y al otro también.

Por los maestros que tomaron prestados unos automóviles, cual película gringa de persecuciones, bajando a sus dueños con el pretexto de que tenían que ir a auxiliar a sus compañeros del plantón en PEMEX, que iban a ser desalojados por unos granaderos que al final nunca llegaron.

Por el rostro del dirigente máximo magisterial, Rubén Núñez Ginés, con los ojos vidriosos por el triunfo, anunciando que las mesas de negociaciones habían arrojado buenos resultados cubriendo buena parte de las demandas de un gremio que por lo pronto ya se libró de ser evaluado en su propia capacidad para llevar a cabo su trabajo.

Razón por el que el anunció y propósito irreductible de la CNTE de boicotear las elecciones federales de este domingo, para desnudar su farsa, está todavía en veremos.

Por el anunció del gobernador Gabino Cué Monteagudo de que hizo hasta donde pudo por solucionar la demencia presente, por los cuadros de Cesar Camacho Quiroz ardiendo en la lumbre magisterial que a las oficinas priistas ya agarraron como su fuego eterno.

Oaxaca en Paz, Salvemos Oaxaca, Pobre de mí Oaxaca, Oaxaca no merece esto, despierta Oaxaca, son solo algunas de las muchas frases y algoritmos sintácticos que el oaxaqueño usa para decir que ya está harto.

¿Y Oaxaca que pensará de todo esto? ¿De su caos irredento? ¿Del sentimiento que produce en muchos de sus habitantes que la asumen maltratada, queriéndose envolvérsela en el cuerpo y arrojarse con ella cual Niño Héroe dando un mal paso?

Tal vez no piense nada, tal vez Oaxaca solo escuche y calle ante un conglomerado sindical de más de ochenta mil personas que parecen ser ya sus auténticos dueños, los que le han de decir a qué hora explotar y a qué hora negociar con lo explotado.

Por lo pronto las estampas de lo vivido y escuchado en Oaxaca en este semana de bloqueo electoral, deja a las sagas cinematográficas apocalípticas tipo Mad Max como meros juegos infantiles.

Como meras ilusiones que palidecen ante el auténtico esfuerzo por fastidiarlo todo, solo hasta el punto mínimo para mantenerlo vivo, y después volver a fastidiarlo.