Fascismo en barras y estrellas

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Chris Kyle fue el emblema del soldado gringo, francotirador que mató a los que pudo y hasta los que no pudo. Santo de la guerra de Irak que empezó como vaquero de rodeo y cual moderno John Wayne Rambo evoluciono hasta defensor absoluto del sueño americano, gracias al cual tuvo la oportunidad de sublimar su orgullo de patriota espontaneo por la nación elegida por Dios, disparándoles a niños y madres islámicas malévolas, que defendían sus calles con bazucas en las manos.

Clint Eastwood, cineasta quintaescencial del mejor cine americano (Los imperdonables, Un mundo perfecto) se decide ahora por el alegato nacionalista patriotero God Bles America, y el solvente Bradley Cooper (Escandalo Americano) es su cómplice en Francotirador (EUA, 2014), retrato de un marine mortal de la vida real que no llora por los que mató, sino por los colegas que le mataron.

El Kyle de Cooper es la versión idealizada del G. I. Joe que ve en el hacerse preguntas sobre su labor mercenaria el boleto más rápido para regresar a casa en una caja, así que por eso mejor dispara. También por ahí esta Sienna Miller como la abnegada señora Kyle, preocupada porque su marido veterano de Irak mira la tele con el monitor apagado o encuentra en un perro jodón y juguetón la reencarnación del mismísimo Osama Bin Laden.

Eatswood y el guionista Jason Hall contemplan a la eterna guerra de Irak y Afganistán como el trámite necesario para que el águila blanca vuele y la sangre de sus retoños la purifiquen. Lejos quedaron los días de películas bélicas tipo Pelotón (Oliver Stone, 1987) donde los soldados gringos perdidos en la jungla vietnamita caían muy pronto en cuenta que el enemigo no era el comedor de arroz al que su corrupto presidente les había enviado a aniquilar, sino las mentiras sobre las que un gobierno hipócrita y de moralina casquivana había perpetrado su proyecto, orgullo y engaño de nación.

Entregando técnicamente su mejor trabajo en años, Eastwood aplica aquí su filosofía de los balazos justifican los medios, tipo Harry el Sucio, y arroja un discurso ideológico fascistoide basado en la biblia del fusil y las armas inteligentes y de destrucción masiva (esas que en Irak nunca se encontraron) en la cual el principio para la sobrevivencia de todo un pueblo es la desaparición de los demás.

Taquillazo en Estados Unidos que demuestra hasta qué grado la cinta embona en la justificación de un discurso social en el que el estadounidense siempre ha de quedar como el good guy dispuesto con su aura santa a combatir a los bad guys, y más si estos tiene la pinta de extranjeros conspiradores, diabólicos y malvados, como los irakis de la película.

En este aspecto incluso otra película sobre la misma guerra como Zona de riesgo (Kathryn Bigelow, 2008) poseía esfuerzos más clarificadores y críticos en torno a este nuevo Vietnam en el que Estados Unidos se enroló desde hace más de una década y del que no solo no parece querer salir, sino que además parece dispuesto a perpetuar en nombre de la salvaguarda puntual de su invasiva economía.

Una decepción completa, se esperaba algo más ideológicamente de un Clint Eatswood al que sus más de ochenta años parecen volverlo cada vez menos interesante, en una película cuya visión explica su guionista Hall con la precisión de un taladro.

“La cinta es sobre la necesidad de hacer de policías, de hacer el bien. Eso nos influye a todos. Es nuestra historia”.

Jodida historia por la gracia de Dios.