Juventino viaja a la CDMX dos veces al año desde Oaxaca para vender

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Milenio

Viene dos veces al año desde Huajuapan de León, Oaxaca. Trae un lote de cien artículos cada ocasión para vender: flores de plástico, tortilleros, floreros y sonajas de palma. Hace seis horas en autobús desde su pueblo hasta la capital con todo su cargamento.

Se llama Juventino Sebastián. Me lo encontré afuera de la estación Ermita con su paquete de vendimia. Iba vestido con sombrero, chaleco, camisa blanca, pantalón gris y tenis. Es muy amable, pero mientras platicábamos nunca dejó de ofrecer su mercancía a todas las personas que pasaban.

¿Por qué viene dos veces al año solamente? Vengo en febrero y marzo y me voy los primeros días de abril porque en mayo es la época de siembra de maíz y frijol. Muy bien, entonces viene otra vez en septiembre y octubre para cosechar en noviembre. Ya entiendo.

Me dijo que siempre vende todo. A ver cómo le va ahora con la situación actual. Él mismo, junto con su esposa, fabrican los artículos. Le invierte unos mil pesos para comprar plástico y palma y elaborar los productos. La ganancia es de entre tres o cuatro mil pesos, pero hay que tomar en cuenta los pasajes de venida y de ida y la comida…cuando come.

En la Ciudad de México se aloja en la casa de un hermano que vive en Santiago Acahualtepec, cerca del Centro Femenil de Reinserción Social en Santa Martha Acatitla.

Juventino Sebastián es un hombre de edad, pero con la resistencia que le da haber vivido siempre en el campo, sano y sin vicios. A sus 76 años camina con su paquete desde Santiago Acahualtepec; llega a la estación Ermita, luego Portales. Por el Eje 7 Sur llega a Parque de los Venados, Zapata, Coyoacán, Viveros, Miguel Ángel de Quevedo, Copilco y Universidad. Ida y vuelta. Ese es el recorrido de todos los días para vender su mercancía.

Una señora que pasaba por ahí le preguntó el precio de las flores de plástico, que por cierto están bien hechas y muy coloridas. Juventino Sebastián le contestó de inmediato ¡50 pesos! Pero la dama no se animó a comprar pese a que yo le insistí: están hermosas, lléveselas de una vez; se van a ver de maravilla en su sala. Ella sólo se me miró con extrañeza, de arriba hacia abajo, y se retiró.

¿Usted qué me va a comprar? Me preguntó. Nada, le dije, voy a una cita. Le di los 25 pesos que traía, se persignó con ellos y nos despedimos.