En Oaxaca, 393 mil niñas realizan trabajo doméstico

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El Universal

Fue hace más de 30 años que Margarita llegó a la capital para emplearse como trabajadora del hogar, tenía 10 años y mucho miedo de permanecer en un lugar que  no era su casa.

Así inició su historia de trabajo infantil, la misma que actualmente viven más de 66 mil niñas en la entidad. Y  podrían ser muchas  más, pues las estadísticas no consideran entre la población que trabaja a las  niñas que realizan labores domésticas. 

Según datos de 2017 del Instituto Nacional de Estadística y  Geografía (Inegi), en Oaxaca existen 66 mil 631 niñas de  cinco  a 17 años que trabajan, 12.8% de las 518 mil 370 que viven en el estado; no obstante, este porcentaje se dispara hasta 74.8% si se considera a las  niñas que realizan labores domésticas, que son 393 mil 137.

De esas 66 mil 631 niñas que Inegi sí reconoce que  trabajan, la mayoría lo hace “para pagar su escuela o sus gastos propios”, “por gusto” o porque “el hogar donde trabajan necesita de su ayuda”. Las cifras destacan que 42.5% no recibe sueldo  y sólo 7.5% gana cantidades mayores a dos salarios mínimos.  La situación no es diferente a la que  hace 30 años vivió Margarita.

Originaria de Cieneguilla, una agencia municipal de Santa Catarina Juquila  que rebasa apenas los 100 habitantes, en aquel entonces casi todos analfabetas, Margarita llegó a la capital oaxaqueña acompañada de sus padres y  tres niñas de otra familia; todas buscaban un mejor futuro.

A estas niñas de la Sierra Sur las entregaron a varias familias para que les ayudaran con el aseo de la casa, a cambio  recibían alimentos y la posibilidad de empezar con sus estudios y aprender español,  pues todas eran hablantes monolingües  de chatino.

Para niñas como Margarita, el trabajo doméstico se trata de la única oportunidad para acceder a la educación, pues según  el Sistema Nacional para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (Sipinna), en Oaxaca  44.1% de las niñas y niños trabajan antes de alcanzar algún logro académico, debido a que  provienen de familias donde hay más de seis hijos.

Esta situación se traduce, según el Inegi,  en que del total de niñas que viven en Oaxaca 52 mil no asistan a la escuela,  296 mil 768 no cuenten con  primaria  o tengan nula  instrucción, y que sólo 80 mil 105 tengan estudios superiores a la secundaria.

El  Sipinna precisa, además,  que las niñas que comienzan su vida laboral a  temprana edad migran de regiones como las sierras Norte y Sur, la Mixteca y la Costa hacia  la capital del estado. También indica que Oaxaca ocupa el primer lugar en migración infantil, las niñas abandonan sus comunidades para trabajar en el campo en entidades del norte y en Estados Unidos.

Primero, Margarita llegó con una familia en la  que los  malos tratos que recibía la obligaban a dormir en el patio por miedo a ser golpeada. Fue por casualidad que una de sus vecinas escuchó la historia y le ofreció trabajo. Aceptó de inmediato  y escapó a la casa de la familia Manzano, donde le asignaron algunas tareas sencillas.

Tres décadas después, datos oficiales indican que de las 393 mil 137 niñas que realizan trabajo doméstico, 39 mil 71 de ellas lo hace “en condiciones inadecuadas”, en comparación con 30 mil varones de entre cinco  y 17 años que viven una  situación similar.

El Inegi puntualiza que son los Valles Centrales donde hay mayor concentración de niñas que trabajan; sin embargo, también se observa actividad laboral infantil en ciudades como Juchitán, Salina Cruz, Huatulco y Tuxtepec.

Aunque la  Ley Federal de Trabajo establece en su artículo 22 Bis que está prohibido el empleo de personas menores de 15 años, en Oaxaca  42.2% de la población infantil que trabaja está por debajo de la edad permitida, mientras que el resto tiene entre 15 y 17 años.

Así pasó con Margarita. A sus 10 años se convirtió en la ayudante de una mujer de casi 60 años, que había tenido 10 hijos y se dedicaba al hogar. Después de cumplir con sus labores, por la tarde asistía a la escuela.

Lejos de su casa y su familia, Margarita extrañaba las mañanas recorriendo los cerros y jugando, su infancia se esfumó entre platos sucios y tareas pendientes. Aprendió a leer y escribir, culminó la educación básica después de cumplir los 13 años, edad a la que ayudaba también a la crianza de los nietos que llegaban a la casa.

Recuerda que desde muy pequeña  la enseñaron a arrullar a los niños,  usando un rebozo atado a la espalda; así cargó a sus hermanos y a algunos  sobrinos, de la misma forma  que lo hacía su mamá mientras iba al campo o hacía las tareas de la casa.

Cuando estaba por cumplir los 15 años, Margarita decidió volver a su comunidad. De vuelta en su pueblo, al poco tiempo se casó con uno de los pobladores, con quien procreó cinco hijos. En su lugar, envió a trabajar a sus  hermanas, sobrinos e incluso a una de sus hijas a la misma casa, pues las condiciones en su comunidad no cambiaron.

Al crecer, las mujeres volvieron a su pueblo a casarse, mientras que los hombres viajaron a Estados Unidos, para trabajar en el campo.