Incidente-accidente

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El incidente, de Isaac Ezban, puede que sea uno de los mejores ejemplos cinematográficos de los últimos años  de lo que pudo ser y no fue. La cinta de tiempos que atrapan, desencadenan desgracias que permanecen para desencadenar más desgracias, es de una inventiva cuasi inédita en el cine mexicano.

El de la Ciencia Ficción absurda y abigarrada a lo Richard Matheson, con mezclas del mejor Rod Serling de Dimensión Desconocida, pero lamentablemente al final, como director,  Ezban le queda muy verde a su propio guión, el cual quizá en manos de David Cronenberg, David Lynch o el legendario Fernando Méndez, hubiera resultado en una película para volarse los sesos del entendimiento.

La historia de Ezban versa sobre dos anécdotas  en dos tiempos diferentes de gente que se pierde en un abismo de tiempo. Dos hermanos (Humberto Busto y otro actor que se esfuerza por ser malo), que se quedan atrapados sangrando junto a un policía extorsionador (Raúl Méndez) en las escaleras de un edificio que se vuelven eternas, y una familia que sale a un viaje en carretera que no los lleva a ningún lado con una niña asmática y una madre (Nailea Norvind) que se cachetea a si misma tratando de despertarse de una pesadilla que nunca pareció comenzar.

Ezban tiene hallazgos sorprendentes, como la descripción de los personajes perdidos en la carretera 25 años después, lleno de una inventiva visual tan bizarra en su gravedad que envuelve y aprisiona, a pesar del amateurismo extremo de algunas de sus interpretaciones.

Decadencia ejemplificada en un asfalto repleto de bolsas de nachos, papas fritas y pingüinos, con la futilidad de una panza chelera como símbolo del  desperdicio más voraz.  Con personajes infectos que perviven en su infecta soledad desparramada en asfalto, camionetas destartaladas y  lirios muertos.

Desafortunadamente el novel cineasta no es capaz de consolidar el interés de su propio planteamiento y corona su esfuerzo con un final terrible, en las que postales de lo que en realidad fue son ejecutadas con la soltura de un estudiante de comunicación de primer semestre.

Con un Santa Claus borracho con el coco vendado,  un reja cerrándose en la cara de Raúl Méndez como comercial aleccionador de la PGR, un botones con un acento ruso horrible que responde al nombre de Karl y una explicación profundamente ingenua y mamerta que dicta  que como  los jóvenes viven con más impulso su vida, son en consecuencia más profundamente felices.

A veces El Incidente recuerda a la frase de la cineasta argentina Lucrecia Martel, que en Latinoamérica el cine es una cosa que hacen los ricos.

Ezban derrapa en aplicar constantemente a la cinta un punto de vista que recuerda a las vicisitudes que debe enfrentar un joven mochilero por Europa egresado de la Ibero, cuestión que menoscaba mucho del impacto que pudo y debió haber alcanzado la fuerza y originalidad de su propuesta.

El director debe vender de inmediato su guion a un cineasta que pueda rehacer este Incidente y propulsar y darle toda la convicción del mundo a su inquietante historia, a la que su propio autor ha estado a punto de sepultar.