Columna: Fogonero

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Ánimo anémico de un país que se desangra en la Narvarte

Por: Rodrigo Islas Brito

Robo o narco son alguno de los dos móviles que finalmente se impondrán como versión oficial del asesinato del fotoperiodista Rubén Espinosa, la activista Nadia Vera, la estudiante Yesenia Quiroz, la trabajadora de limpieza Alejandra Negrete, y la ciudadana colombiana finalmente identificada después de un poco más de una semana de sucedidos los cinco sangrientos asesinatos en un departamento de la colonia Narvarte, como Mile Virginia Martín.

Al final ni el gobernador veracruzano Javier Duarte, ni las amenazas perpetradas por su policía secreta que llevaron a Espinosa y Vera a abandonar tierras jarochas en la búsqueda de una sobrevivencia, que al final no se dio, formaron parte siquiera de las posibles teorías para explicar el artero crimen.

Desde el principio la apuesta del gobierno federal, específicamente de la Procuraduría General de la República fue la de la desinformación.

En cuanto se supo que uno de los asesinados era un fotoperiodista que en repetidas ocasiones había denunciado el régimen de terror que se vive en Veracruz, orquestado por un gobernador que Espinosa recordara como un confeso admirador del histórico dictador Francisco Franco, las versiones y filtraciones a la prensa comenzaron a versar de inmediato en torno a categorizar a las mujeres asesinadas como fiesteras o en el último de los casos, prostitutas.

“¿Para qué se va a meter a un lugar así si andaba amenazado?”, recuerdo haber escuchado en algún programa de radio, donde al igual que en otros medios de comunicación, se empezaba a hablar de Espinosa había llegado a una fiesta al departamento que Nadia Vera compartía con otras tres mujeres, de que otros tres tipos desconocidos habían llegado con la inquilina colombiana y que el devenir de la reunión se puso tan pesado que esos tres invitados habían terminado por torturar, violar y asesinar de un tiro de gracia a todo ser viviente en ese departamento, incluida la señora que hacia el aseo, la cual había llegado a la mañana siguiente a hacer su trabajo.

De Mile Virginia Martín, de quien las autoridades extrañamente no pudieron identificar su identidad durante casi una semana, dejándola con la sugestiva acepción de “la colombiana”, de inmediato se empezó a destacar que no se dedicaba a nada y que tenía un automóvil de lujo, sumado a que la sola mención de su nacionalidad hacía pensar que había narco involucrado.

Además de que se hablaba de que había dos testigos (la cuarta inquilina del departamento de la Narvarte que se fue a trabajar y que regresando había descubierto los cadáveres, y un amigo de Rubén Espinosa que se había sentido agotado, yéndose a tiempo de la fiesta) que podían identificar a los tres asesinos, de los cuales la Procuraduría mostró imágenes de cámaras de seguridad donde sacaban pertenencias en un veliz mientras dos de ellos abordaban el automóvil de la colombiana Martín.

Al final, ni la fiesta de perdición, ni los tiempos en los que habían sucedido las cosas, resultaron ciertos.

Entre supuestos, versiones e hipótesis jamás confirmadas por la autoridad pero tampoco jamás negadas, se desarrollaron los primeros días de un crimen que vino a romper nuevamente el ánimo nacional, con voces que de inmediato empezaron a darle a la ejecución extrajudicial de Espinosa, Vera y demás asesinadas, la categoría de Crimen de Estado ( terminó cada vez más común en la psique y el ánimo patrio)

Hoy, por una conversación en whats app de Rubén Espinosa con un amigo se ha establecido que el crimen sucedió supuestamente entre las dos y las tres de la tarde del 31 de julio, que los tres agresores accedieron al departamento porque alguien los dejo entrar, que ejecutaron primero a Nadia y Rubén , que a este último lo golpearon antes para someterlo, que encerraron y asesinaron a Alejandra Negrete en el baño del departamento, que procedieron a violar , torturar, golpear y asesinar a Yesenia y Mile, a quien incluso le introdujeron un objeto en el recto.

La teoría de que los asesinos iban por la colombiana parece ser entonces lo que terminara por propulsarse como explicación oficial, la historia de que fueron por algo que ella tenía, y que mataron a otras cuatro personas solo para cubrir sus huellas.

Visualizada ya con la detención además de uno de los supuestos responsables, Daniel Pacheco Gutiérrez, un exconvicto violador del que la Procuraduría descubrió una huella digital en la dantesca escena y que por lo pronto ya ha sido acusado de violación y robo.

Además, de que esta masacre viene a incrustarse en tiempos en que las autoridades capitalinas tratan de ocultar que la delincuencia organizada está invadiendo las zonas más adineradas o consideradas hasta ahora seguras (como la Narvarte del multihomicidio) de la ciudad de México, con una ola de asesinatos de comerciantes y dueños de negocios en colonias ricas o pacificas, la cual se presume puede deberse a una medida de represión ante las negaciones a pagar un derecho de piso.

Al final, la colombiana pudo ser la razón de toda la masacre, o pudo ser puesta ahí para que se pudiera llegar a esa conclusión, en un resumen de los hechos que le quita lo político al asunto y libra en algo a Javier Duarte de una culpa, de cuyo repudio nacional y mundial ya no lo rescata nadie.

Al parecer la verdad nunca la sabremos de cierta, solo (como todo en la historia reciente de este país) la supondremos. Porque aunque sea un intento de verdad aquella versión de los hechos que nos presente el Estado, al final nadie se la va a creer.

Del Estado Mexicano, hoy el ciudadano promedio no siente más que desconfianza y una gran certeza de que estaría mejor sin el.

Sin ese estado en donde los mexicanos solo observan simulaciones y juegos rancios de virtud inexistente. El estado es hoy en si el crimen más grande.

La masacre de la Narvarte es una ejecución mas de las certezas de un país que ya va en caída libre en un abismo, ilusionado con la idea de que en este no termine de existir un fondo.