FOGONERO: Circo público

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Por Rodrigo Islas Brito

Sigo tosiendo hasta el cogote y no puedo parar, el gas se me ha metido hasta las pupilas.

“Toma agua, güero, toma agua”, me dice un fotógrafo con cara de que ya lo ha visto todo.

Doy un sorbo, me alivió un poco y miro el lugar donde el gas me ha doblado, no una calle, no una avenida, no una manifestación, sino el pasillo ya vacío de la sede del poder legislativo del Estado.

Dispersado ya de reporteros, diputados y empleados legislativos, que cual familia Burrón contemporánea han seguido solo el rastro de la intoxicación.

Minutos antes las y los legisladores priístas han cruzado el patio de la cámara de diputados todavía tosiendo por los resabios del gas que alguien ha soltado en el recinto legislativo, el priísta Fredy Gil (cuyos muchachitos son los primeros en lista de sospechosos de haber reventado los extinguidores en la cámara) chifla y grita “¡ahí vamos!”.

El duro diputado se refiere a que las y los priístas en pleno van con todo rumbo a la sala de juntas del PRD, donde sus contrincantes de la Coalición PAN-PRD y los que se les sumen ya han conformado su propia sesión y les están dando madruguete con la aprobación de las leyes secundarias de la Reforma Político-Electoral.

Veo entonces a un experimentado reportero ya con un paliacate en la cara.

“¿Para qué? Si ya pasó el gas” pienso un segundo, y junto a diputados, fotógrafos y reporteros entró al edificio de las oficinas legislativas muy seguro de mi mismo, subiendo orondo las escaleras, con la adrenalina bien puesta y mi actitud de reportero intrépido que va por todas, solo para encontrarme con un primer piso en el que no se puede respirar.

Dos segundos después el gas pimienta ya me ha doblado en mis aspiraciones de ganar el Pulitzer mientras miro pasar al veterano reportero con su paliacate, bien pertrechado, sin aspavientos, tomando notas y con rumbo a seguir cubriendo la noticia.

“Reportero idiota a la vista” pienso que escribe el colega en su libreta, mientras no puedo dejar de toser.

Al final la noche tendría un broche de oro de humorismo involuntario cuando los priístas regresaron al recinto legislativo que ellos mismos habían gaseado, a tomar lista y declarar falta de quórum, pretendiendo con esto invalidar el madruguete hecho y derecho que les aplicaron sus contrarios.

Fue bizarro ver a las y los 18 diputados priístas en pleno cantar frente a los medios (mientras seguían tosiendo, producto del gas de extinguidor que todavía quedaba en el ambiente).

Con el rudo y de cuidado, Alejandro Avilés carraspeando como un chamaco con alergia, mientras intentaba entonar con la mayor seriedad posible estrofas en las que probablemente nunca se ha detenido mucho.

Toda la disputa y gaseada por estas leyes secundarias tiene que ver con los intereses puros y camuflajeados, la combativa diputada priísta Carmelita Ricárdez declararía al día siguiente que el legislativo se atoró en la discusión de la Reforma porque los diputados aliancistas quieren el control del órgano electoral estatal, el IEEPCO, aduciendo que el PRI en cambio quiere darle al órgano toda la autonomía posible.

Algunos legisladores aliancistas compartirían que el PRI ahora habla de autonomía, porque el presidente del Instituto está hoy jugando para ellos.

Ricárdez declararía también que la Ley de Instituciones y Procedimientos Electorales no existe, que sus contrarios con su madruguete al final terminaron por no aprobar nada. Aunque por otro lado en caso de que esta ley efectivamente exista, nadie salvó los interesados en que pasara, saben que fue realmente lo que se aprobó.

Pues seguramente los aliancistas aprovechando su dicho de que ya está aprobada le pondrán a su ley lo que quieran.

Al final lo de menos es lo de más, y lo que realmente importa en este juego es el poder y la mera certeza de poseerlo.

“Las competencias son resultados de prácticas cotidianas” decía una amiga sensei de los malos tragos de la vida.

Después de presenciar el show felinesco y patético de este jueves en la Cámara Legislativa del Estado, estoy de acuerdo.

La Cámara de diputados es ya como una abigarrada comedia bufa de Peter Sellers de los años sesentas, pero sin el delirio de las buenas drogas.