Lamenta ciudadanía fallecimiento de estudiantes de la Facultad de Medicina

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“Daniela era una chica guapa, pero cuando se maquillaba creo que se veía aún más guapa. Nunca hable con ella, yo apenas voy al principio de la carrera, pero la veía. Sonreía mucho, ella y Yehú hacían una bonita pareja, parecían de esas parejas de universidad que se terminan casando.”

Comenta con tristeza en el rostro una chica estudiante de medicina que solo se identifica con el nombre de Alejandra, habla sobre Daniela Celaya Rivera y Yehú Robles Castellanos, quienes a punto de egresar de la carrera de medicina, hoy están muertos, embestidos la madrugada del pasado 1 de mayo en el asiento trasero del taxi en el que viajaban, por el automóvil de Alejandro Arturo Vargas Alavés.

Ayer se dio la tercera marcha de estudiantes de la Facultad de Medicina por exigir justicia para el caso de sus compañeros, un día después del fallecimiento de Daniela tras doce días de agonía.

El director de la Facultad, Miguel Franco denunció la absoluta negligencia (que ya se ha señalado de posiblemente discrecional) de personal adscrito a la Procuraduría General de Justicia del Estado de Oaxaca, la cual va desde la omisión por parte de la agente del Ministerio Público, Luz Antonia Ruiz Canseco de la práctica de una prueba del nivel de alcohol en la sangre de Vargas Alavés, hasta la consideración por parte del perito Javier Matías de que las heridas de Yehú sanaban en quince días, pese a que murió dos horas después del accidente a causa de ellas.

Fuentes oficiales que siguieron de cerca los sucesos ocurridos hace catorce días, cuentan que el estado de alcoholismo del joven de 19 años Vargas Alavés era más que evidente, que así lo certificaron los paramédicos que llegaron al lugar.

Que la madre del joven llegó al lugar reclamando que porque Daniela y Yehú habían sido tan inconscientes de circular a altas horas de la noche, aclarándosele a la señora que los hoy occisos venían de pasajeros en un taxi, y que era su vástago el que conducía un Audi en estado de embriaguez y a alta velocidad.

La conveniente supresión en el expediente judicial de nivel de embriaguez le permitió a Vargas Alavés (cuya madre según testigos presenciales le prometió que no iba a pasar ni una noche en la cárcel, cosa que al final le cumplió) hijo del arquitecto Juvenal Vargas, alguna vez presidente del Colegio de Arquitectos de Oaxaca, pagar una fianza de 831 mil pesos, y enfrentar su proceso en libertad, el cual ha sumado ya su saldo a dos personas muertas, prensadas contra una pared.

Este caso ha tenido ya su repercusión en la gente de esta ciudad, en las pláticas diarias de personas de los más variados extractos sociales y profesionales que ven en este triste acontecimiento un motivo para el debate, para reflexionar sobre una sociedad que al parecer se percibe a sí misma, cada vez más injusta, menos confiable.

Con destinos sesgados por cartas que ya vienen marcadas por una desigualdad crónica y atemporal que se antoja ya cancerígena.

Comentarios en las redes sociales hablan que “de luto deberíamos estar todos los jóvenes de Oaxaca, el Gobierno Del Estado y sobre todo las autoridades encargadas de impartir justicia, bien dicen que en México, las cárceles están llenas de aquellos que no pueden pagar fianza.”

Hasta que “esta es la lógica del sistema jurídico mexicano, si tienes dinero y conoces a las personas indicadas, aun cuando hayas cometido el peor de los crímenes, siempre puedes salir por una módica cantidad. Lamentable, cotidiano (no es un caso aislado).”

“Yo lo que veo es que, así es siempre en Oaxaca, con el dinero baila el perro decía mi abuelo, y pues la justicia en Oaxaca es eso, un perro que baila con la música que le ponga el billete.”

Comenta Elena Yáñez, mujer jubilada de una dependencia pública, quien cuenta que ha seguido de cerca el caso de los jóvenes estudiantes de medicina, porque le recuerda a una experiencia familiar de la cual se niega a dar detalles. “Lo que pasó no solo me involucra a mí.”

Pero sobre la muerte de Daniela y Yehú, extrae una reflexión que quita el aliento.

“La pareja muerta no tenían recursos, él que los atropelló, si. Ahí está la diferencia.”

Andrés Cruz Pérez, quien se identifica como estudiante de derecho de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), cuyas máximas autoridades se limitaron a dedicarles una esquelita a Daniela y Yehú, se aventura a hacer un ambicioso análisis sobre la situación.

“Esto es pura lucha de clases. Si este chavo rico la libra por la muerte de los dos chavos pobres, va a quedar otra vez de manifiesto el país corrupto y clasista en el que vivimos. Otra vez. En el que sus leyes están diseñadas para la impunidad del que más poder tiene.”

Por su parte una mujer que no quiere dar sus datos porque en sus propias palabras “no se enorgullece de lo que dice”, coloca el dedo sobre la llaga de la contradicción, sobre esa zona gris que separa al idealismo de la verdad.

“Si te soy sincera, yo haría lo mismo que hizo la madre del muchacho. Es decir, trato de que mis hijos no manejen borrachos, que respeten el lugar en el que viven, pero no puedo meterme en ellos, no puedo ser ellos.”

La entrevistada, con tres hijos, uno en edad preparatoria, y otras dos fuera de Oaxaca estudiando en universidades privadas, asegura que comprende a la madre de Vargas Alavés y su promesa de que no pasaría ni una noche en la cárcel, pese a haber provocado involuntariamente, pero voluntariamente ebrio, la muerte de dos personas que solo querían llegar su casa.

“Si, es horrible lo que digo, pero ya que eres madre lo comprendes.”

Se le pregunta a la entrevistada porque no se pone en el lugar de las madres y los padres de Daniel y Yehú.

¿Qué haría si fueran sus hijos los que ahora estuvieran muertos y enterrados?

Su reacción es incierta, sus ojos cristalizan un llanto que reprime pronto.

La mujer, con 43 años cumplidos, sentada frente al desayunador de su casa desde el que se puede ver una vista panorámica de árboles y cierta vegetación, con portarretratos a la entrada de su casa donde se constata el crecimiento físico e idílico de sus vástagos y su matrimonio, limita su respuesta a un suspiro y tres palabras.

“No lo sé”