La muerte de Julio Scherer según sus colegas

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Julio Scherer García ha muerto a los 88 años y en el mundo polarizado de la prensa mexicana esto ha sido como si hubiera desaparecido el gran profeta.

Fue el ocho de julio de 1976 cuando el presidente Luis Echeverría valiéndose de Regino Díaz Redondo y su banda de cooperativistas de dedo fácil expulsaron a Scherer y su grupo (Carlos Marín, Enrique Maza, Froylan López Narváez y los también ya fallecidos Vicente Leñero y Miguel Ángel Granados Chapa) de la dirección de Excélsior y lo terminaron propulsando a trincheras a las que el calvo descalabrado en Ciudad Universitaria nunca imaginó.

Scherer fundo Proceso y con eso sentó las bases del periodismo moderno mexicano, ese que aspira a no boletinar la verdad, a cuestionar sin saciedad a políticos corruptos, mentirosos y sin llenadera para eso de almacenar poder, dinero y más poder.

“Cuando te habla Julio Scherer es como si Dios te hablara desde el Olimpo” comentaba el escritor, periodista Juan Villoro, sobre un hombre al que la vejez también le endosó tamaños dislates como aquella entrevista en plena sierra al decano de los narcotraficantes, Ismael “el Mayo” Zambada, en la que Scherer no pudo arrancarle una declaración mínimamente interesante, y si un montón de observaciones pueriles y auto celebratorias resultado de preguntas torpes y consentidoras.

Pero eso no es lo que se recordara de Julio Scherer y Carmen Aristegui, quien lo lloró públicamente en su funeral y parece estar ahora en una posición de contrapeso del poder gubernamental que Scherer alcanzó con Proceso durante más de tres décadas, lo sabe.

También lo sabe el director de Milenio, Carlos Marín, alguna vez uno de los más combativos colaboradores de Proceso y hoy comparsa de cualquier versión que huela a oficialismo.

El mismo que durante 22 años y medio fue socio fundador y copropietario del semanario y del que salió en 1999 después de una crisis financiera que casi termina con su tiraje, en medio de la cual Vicente Leñero declaró que Marín no había querido asumir su papel de nuevo director y heredero natural de Scherer .

Según dan cuentas algunas notas de circulación nacional, Marín llegó al funeral de su antiguo mentor con tanta inseguridad que a la exigencia de “si no me atienden, me voy” hizo que lo corrieran por sus propios méritos antes de que alguien se le adelantara.

En una entrevista radiofónica en el programa de Ciro Gómez Leyva, el director de Milenio y su anfitrión (hoy prestos a explicar en clave conciliatoria cualquier desaguisado presidencial) calificaron a Scherer como “hombre de desmesuras, “como “periodista que llevaba el periodismo en la sangre”.

De la primera cuestión Marín y Gómez Leyva saben bastante en sus constantes arengas peñanietistas, de la segunda los dos ya no saben nada.

En su libro La terca memoria, especie de autobiografía donde Scherer reportea sus propios recuerdos sobre políticos corruptos hasta la medula, primeras damas frívolas hasta el hartazgo y un pueblo acostumbrado al delirio presente, el periodista furioso “con todo el coraje del mundo” declaraba sin tapujos su animadversión por Jacobo Zabludovsky, el hombre que durante más de treinta años dio en horario estelar las noticias que a Televisa y a sus empleados del gobierno le convenían.

Scherer calificaba a Zabludovsky, quien jugó un papel vital en la conspiración que tiró a Scherer de Excelsior y hoy se ha reciclado como un reportero radiofónico cuestionador y contestatario en un país con la memoria más corta del planeta, como la encarnación de todo aquello que despreciaba de la vida y del periodismo.

La realidad torcida, el aplauso fácil y por consigna, la manipulación de vidas y voluntades a las que se contempla con la estatura de siervos, de estadísticas, de comparsas de los verdaderos dueños de un país en los que la vida no es igual para todos.

A Scherer le fastidiaba la mentira por la mentira misma, le corroía aunque contradictorio como toda persona que marca un antes y después en algo, era amigo de Gustavo Díaz Ordaz el dos de octubre de 1968, con un mes como director del Excelsior, y ordeno en un primer momento no hacer comentarios sobre la matanza gubernamental acaecida en Tlatelolco, afortunadamente su razón que fue siempre más feroz que la gratitud a sus amigos, lo convenció de no hacerlo y sus relaciones con Díaz Ordaz se vieron terminadas.

.“Ácido y crítico, beligerante y siempre en el filo de la ética”, “hubo muchos que retaron al poder. Hubo pocos que lo hicieron de manera tan consistente”, “el personaje fundamental en el periodismo mexicano en los últimos cuarenta años”, son solo algunas de las reflexiones vertidas sobre la muerte de un hombre que no romantizo nunca el valor de su oficio y que lo llevo a cabo con todas las armas que su conciencia le otorgó.