La necesidad de villanos como Luis Rey

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Alex Hernández

La historia ha dado fe de la enorme necesidad que tenemos de villanos, sobre todo para dar a notar a aquellos que colocamos como héroes o mártires. Hitler, Napoleón, Genghis Khan, Osama Bin Laden, Tonya Harding, The Jocker o Luis Rey; y precisamente este último forma parte del selecto grupo de villanos de moda, debido al exasperante éxito que la serie biográfica de Luis Miguel ha tenido en México, de la cual tengo una teoría personal: Luis Miguel sería el villano de su propia vida sino fuera por la existencia de alguien más desgraciado que él, su padre.

Hagamos memoria, la mayoría de nuestros héroes requieren sobrepasar contrariedades que demuestren los recursos necesarios para convertirse en paladines merecedores de nuestro afecto, aún a sabiendas del raquítico perfil del personaje. El crédito deberían tenerlo los malvados en su totalidad, porque son ellos quienes vuelven popular al personaje incauto. Es por ello que el cariño y agrado del espectador hacia un joven Luis Miguel, se debe a la desdicha que le hace pasar un padre oportunista y aprovechado, escondiendo así lo banal, engreído y odioso de la víctima, que sin un villano, se convertiría en un niño rico con aires de grandeza del desagrado de la audiencia.

Es la misma necesidad de villanos que tenemos en época electoral, así es como lo hemos dado a conocer en la coyuntura política de nuestro país y ha quedado demostrado este martes en el último de los tres debates presidenciales. Los mismos protagonistas estuvieron en la mesa, en esta ocasión el tema de corrupción, pobreza y medio ambiente fueron el foco central. A diferencia del anterior, los villanos fueron reconocidos a leguas, no hubo necesidad de filtrar entre moderadores y candidatos, en esta ocasión existió un papel digno por parte de los árbitros de la contienda ¿Los protagonistas? Cada quien supo su rol: el bueno, los malos y el bufón.

La “mafia del poder” se hizo presente con los antagonistas de esta historia llamada elecciones 2018. José Antonio Mead un estadista nato, desenvolviéndose con temas que le favorecen y domina, supo albergar en cada una de sus intervenciones cifras que sustentaban sus argumentos, fascinante para alguien que quiere ser secretario de gobernación, no así para alguien que es postulado como presidente de la república y necesita de mucho más que estadísticas para ser electo. Mientras que, formando parte de la misma mafia, Ricardo Anaya se volvió a presentar como el mejor ejecutor de una ponencia, con manejo de tiempos perfectos, propuestas que podrían ser tomadas como populistas pero que con cifras y argumentos parecían elocuentes; el sinónimo de un político de sepa, exactamente el mismo tipo de político del que la mayoría de mexicanos están hartos, es ahí donde radica su principal adversidad. Sería innecesario aclarar quién ocupa el lugar de bufón, referenciando el “Facebook Bronco Investigation” se tiene la certeza que los regios debieron hacer algo muy malo para tener un representante del calibre de Jaime Rodríguez.

Con esta antesala se puede averiguar al protagonista de todo esto, la víctima de esta “lucha”, aquel tabasqueño que se ha ganado el corazón de una vasta mayoría del electorado. No era necesario hacer más de lo que ya vimos anticipadamente: salir a denostar a los corruptos, negar acusaciones en su contra, contar alguno que otro chistorete para el “meme”, pronunciar sus spots cotidianos y soltar una que otra clarividencia que fuera tomada como propuesta pero sin mayor razonamiento que su patentada “acabar con la corrupción”. Pareciera que en otras instancias Andrés Manuel sería uno más del montón, con la única diferencia que en esta ocasión existe un par de villanos que enarbolan su delirio de caudillo y lo convierten en mártir de la patria. Es ahí donde cobra valor la lógica antes mencionada: el mérito de un “héroe” es proporcional al odio que el espectador, o en este caso el ciudadano, adquiere sobre el villano. Andrés Manuel ha sabido sacar tajada de esto, pues ante el hartazgo de los políticos y partidos de siempre, la imagen del de Macuspana ha sido sobrevalorada y enaltecida para que, como “Luismi” y su engañoso perfil de víctima, su personaje se vuelva entrañable y amado, teniendo la bandera idónea para odiar a su contraparte.

Ante esto se me viene a la cabeza una imagen de la serie —porque he de aceptar que soy consumidor de esta, llámenle morbo o gusto culposo, no me importa— una escena en donde Luis Rey abre una discográfica y durante la fiesta de inauguración, con un par de tragos encima, la prensa le cuestiona sobre la llegada de Luis Miguel a la celebración de su nuevo proyecto, a lo cual enardecido contesta: “Y por qué los estás esperando ¡Eh! ¡Eh! Por qué si todo el éxito que él tiene me lo debe a mí…”. Palabras más sabias no pudieron ser emitidas de la boca de un rufián, quien consolida la máxima de estas líneas: El héroe no es nada sin la imagen de su villano, que lo agranda y le coloca cualidades que en ocasiones no posee, sólo para ser visto como una esperanza ante la adversidad.

Al parecer la imagen del adalid de nuestra política nacional, Andrés Manuel López Obrador, ha sido engrandecida por villanos que se han ganado nuestro repudio total, al grado de imaginar atributos en él inexistentes, con la mera necesidad de amar a la imagen más próxima de una víctima y odiar al villano que durante años ha puesto este país de cabeza, mientras que cínicamente piden nuestro voto.