Fogonero: Bailando de cachetito con una nube térmica

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Por Rodrigo Islas Brito

La contingencia ambiental regresó a la chilanga capital después de catorce años de estarla capeando. Duros y correosos como son, los hijos de Moctezuma empiezan a dar ya bandazos de flaqueza en las redes sociales.

“Ciudad de amoniaco”, “el veneno está en el aire”,”this is the end, my sweetest friend”, ¡maldito Mancera!, ¡arde en el infierno , perro!”.. Son solo algunos de los estadios  y estados de una raza de bronce a la que ya casi una semana de vivir bajo la influencia física y psicológica de una fluida nube  de gas toxico empieza ya a pandear un poco sus certezas sobre ese ya legendario y bíblico “aquí nos tocó vivir”.

Ayer un amigo ha llegado a Oaxaca de la ahora oficialmente Ciudad de México, se le pregunta si lo que  lo sacó de su departamento de ajetreado centro histórico fue la nube térmica que se ha posado sobre él.

“La verdad es que si me he sentido más cansado” responde mi camarada, aduciendo que su viaje a “la provincia” había sido estrictamente por negocios. Sin embargo admite que en el defeño la psicosis está rugiendo más fuerte.

Que no es fácil vivir en una  metrópoli que cada vez se parece más a una postal de Blade Runner, que no es fácil el metro en hora pico, ni aguantar a políticos infames como Cesar Camacho, presidente del PRI, que se sube a él para decir que está combatiendo la inversión térmica, mientras se toma selfies con su sequito de lameculos como señora rica de la caridad entrando a un hospicio miserable.

Que no es fácil tolerar más al gobierno de Miguel Ángel Mancera, quien con sus nuevas reglas de tránsito y de bajar los límites de la velocidad, en su búsqueda de más y mejores multas, propulsó  esa nube nebulosa con la que hoy los endurecidos y siempre pilas metropolitanos se han tenido que poner a bailar las calmadas.

Que a esto hay que sumarle  el programa “no circula”,  que en contingencia ambiental le cierra la circulación a miles de automóviles, con engomados de todos los colores,  terminaciones de todos números existentes y hologramas de todos los posibles ceros, en realidad han venido a ser un negociazo para las marcas automotrices.

Pues hay estudios de que con los chilangos siempre prestos, “al no me digas que no puedo, mejor dime como le vamos a hacer”, han duplicado y hasta triplicado el parque vehicular de “la vieja ciudad de hierro”, en menos de diez años.

“Si, la verdad es que ya mucha calidad de vida en el Distrito no hay. Pero, lo que sigue habiendo es convicción para vivir ahí. Y la verdad es que hoy tampoco hay muchos lugares en este país a donde ir”.

“Aunque el Distrito es por mucho el lugar más progresista de México, el aborto es legal, y pronto la mariguana también lo será. Lo que pasa allá, tarda años en pasar en la provincias”.

Me jode su término chilango de las “provincias” y él lo sabe, cuestión que entiendo porque yo también he estado jodiendo mucho su orgullo capitalino.

Mi camarada ya quiere hablar de otras cosas más amables, y no de la psicosis de ser y vivir como chilango precisamente cuando se está tomando unas vacacioncitas de eso.

No le hago caso y le preguntó que pasara si la nube de smog no cede, si se prolonga por semanas y meses, ¿qué harán él y sus paisanos? ¿Mudarse a Tepoztlán, el subsuelo, o a Cuernavaca, la ciudad de la eterna balacera?

Mi amigo me dice que parece que lo estoy disfrutando, le digo que no, que ser chilango ha de doler y joder mucho como para burlarse de eso.

Que siempre he admirado y me he extrañado con ese orgullo de clase del chilango promedio que es capaz de hacer estudios antropológicos sobre porque a la ciudad de México es el centro del país y el resto del mismo son las provincias.

Le digo que los chilangos me caen bien, que yo mismo fui uno los primeros años de mi vida. Que si hubiera una oportunidad profesional me mudaría al D.F, aunque calculó que saldría huyendo de ahí en menos de un mes.

Mi amigo me dice que todo irá bien, con ganas de concluir el tema resume que con esta semana santa por venir y su puente vacacional presente, la ciudad de México se vaciara de gente y la nube térmica también se ira con ellos.

Le pregunto sobre qué sucederá si eso no pasa, si la nube térmica se mantiene y lo que viene es un escenario de Soylent Verde tipo Cuando el destino nos alcance.

Él responde que no ha visto la película  yo le digo que es una cinta futurista donde una súper metrópoli se multiplica tanto que un día terminan comiéndose institucionalmente entre ellos mismos.

Mi amigo sonríe y dice que sí, que eso suena al D.F.

Mientras en su Facebook me enseña estados de camaradas suyos a los que ni los grados IMECA, ni el plomo en la sangre los arruga.

“Más le hacen a la mamada, ni es para tanto. Contaminan más los urbanos de Oaxaca”.

Puedo leer de alguien que supongo que es un paisano emigrado, mientras otro estado  de usuario de red social lucubra sobre las posibilidades de que todo esto se trate de una conspiración del gobierno mancerista para cundir el pánico en la población con miras a las elecciones presidenciales del 2018.

Mi amigo empieza a comer su tlayuda y yo trato de pensar en  otras cosas que no sea un apocalipsis zombie térmico en pleno según piso del periférico, pero la verdad es que no puedo. Esa sola imagen me divierte demasiado.