Teatro de paz en tiempos de incendio espiritual

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Por Rodrigo Islas Brito

“Andrei Tarkovski dijo una vez que los seres humanos podrías ser desde hace muchísimo tiempo ángeles, pero que no lo hemos sido porque hemos insistido demasiado en nuestra propia estupidez”.

Comenta el histrión oaxaqueño Rodrigo Vargas Díaz, dando la primera luz sobre Arquitectura del silencio, la obra que temáticamente basada en la obra y el universo fílmico y existencial del mencionado cineasta ruso, el actor tuvo la oportunidad de presentar como parte de la Compañía Teatral el Guetto, en el Festival Teatro para el Fin del Mundo, en Montevideo, Uruguay y Buenos Aires, Argentina, apenas en diciembre pasado.

El Guetto es una compañía que hace ochos años se mudó de la Ciudad de México a Querétaro por cuestiones de tiempo de su creador, el dramaturgo y teatrero Agustín Mesa, quien según Vargas abandonó la metrópoli suburbana, pues “ya no tenía tiempo más que para transportarse, trabajar mucho y dormir un poco”.

Mesa es un convencido de los procesos teatrales largos, en donde se puede tardar hasta un año en levantar y ensayar una pieza teatral , donde los plazos no existen y cada dialogo y acción se toma su tiempo.

Basada en el cine Tarkovskiano, Vargas aclara que Arquitectura del silencio no es un remake mexicanizado y contemporáneo de Stalker, cinta pilar del cineasta ruso donde cristalizó sus visión de un mundo dominado por una angustia existencial a la que los opresores quieren llamar absurda.

“Se toma la idead de ese guía que te lleva a una zona donde ilegal y subrepticiamente la gente quiere concretar sus deseos”.

Comenta Vargas sobre una obra en la empezó a trabajar desde hace más de un año con una dinámica de improvisación y propuesta de los actores que se enlaza a un lenguaje abstracto.

Poco fundamentado en la palabra y más bien sustentado en la acción pura. En ir sobre los temas y que nos lleva a todos a un camino en el que nos esforzamos por alcanzar lo utópico e inalcanzable.

“Una zona que la razón dice que no existe, pero que aun así está custodiada para que nadie pueda entrar en ella. Esa zona clandestina donde existe una realidad donde el ser se puede realizar”.

Vargas relata que el obra existe una primera parte con trenes y deseos ocultos donde está el stalker y se habla de nuestro pasado, de la raíz de nuestra felicidad e infortunio, de los contrastes entre el fuego y el agua, de los elementos que se encuentran para no volver a coincidir jamás.

“Se le lava los pies al público y se le colocan unos zapatos. Después viene lo invisible, con un mantra de tres rondas, donde una persona o acción se pasa de un actor a otro y este lo llena. Sin contacto físico, pero un fuertísimo contacto emocional”.

Rodrigo , quien acumula ya segunda experiencia histriónica con este Guetto teatral, señala que en esta instancia lo que rifa son las improvisaciones con historias de vida , con recuerdos personales , o de alguien más , o abiertamente inventados .

“Que van sobre consignas, donde te dicen hoy hablas de la luz y mañana hablas de la muerte”.

Existe además un entreacto con música surgida de instrumentos, o de la propia voz o de las palmas de tus manos, con una canción para la luz y otra para la oscuridad.

Vargas dice que esta ha sido su más luminosa experiencia con el Guetto, con una pieza a la que califica de “centrada en el camino”, de “espiritual”, de “obra de paz”

“A pesar de ser algo criptica en su propuesta libre de encontrar un lugar donde tiempo y espacio se confunden. Donde a fuerza de no saber a dónde ir surge lo insólito , lo mágico, lo esperanzador del ser humano”.

Arquitectura del silencio tuvo algunas presentaciones en Tampico , Tamaulipas en el 2014, en espacios que los tampiqueños han rescatado de las garras y el trajín delincuencial, asesino y de confrontación de bandas de narcotraficantes desde hace lustros, como la bodega Vietnam , en la Isleta Pérez .

En el Festival Teatro para el Fin del Mundo, la obra se montó en lugares desolados de Montevideo y Buenos Aires.

“La idea es abordar espacios vulnerables desde el punto de vista social, recuperando lugares que han sido arruinados por la violencia, el crimen organizado, el abandono y las crisis económicas”.

Vargas insiste en que este es un teatro de paz, contra la vulnerabilidad y orfandad. “Es un Teatro para el incendio, y no es tanto un incendio ecológico devastador , que hoy existe en todas partes , sino el incendio de la conciencia, de eso que poco a poco vamos aceptando como normal y que nos destruye todo el tiempo”.

Agrega que esta arquitectura se compone de elementos mínimos como un overol , o una mezclilla con camisa blanca, con una intervención sobre el espacio mínima, donde “el poder es el poder del alma y la presencia, sin poder escaparse de ese ojo a ojo con el espectador”.

“Juntos vamos a ser visible lo invisible, que es el espíritu, que puede ser la esperanza”.

Vargas cuenta finalmente el caso de Diana Lara, actriz de la obra con cinco meses de embarazo, que pide una canción para su bebé, para el futuro, para todos aquellos que vienen a renovar el carnet en este valle sombras.

“Nunca me había divertido tanto trabajando y me habían caído tantos veintes. Todo al mismo tiempo. Es para disfrutarse”.