Rompiendo el fin del mundo

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Un tren recorre un mundo que ya se acabó. Su motor es  eterno y sus pasajeros están divididos en castas, en clases, en vagones donde el que está hasta atrás es ocupado por los mas jodidos  y fregados, por aquellos que tienen que trabajar en las peores condiciones posibles para que el tren siga funcionando. El mundo se pudo haber ido al demonio, pero en las vueltas de este armatoste eterno, se mantiene incólume.

Bong  Joon Ho, uno de de los cineastas más interesantes del cine contemporáneo,  es autor de enormes estudios sobre el estado de la psicopatía, ya fuere con las dispensas de un asesino serial al que no se le reconocen los ojos (Memorias de un asesinato, 2003) , con los embates torpes y mortales  de un monstruo radioactivo de alcantarilla (The Host,2006), o con los esfuerzos sobrehumanos de una madre bonachona por acallar las voces que ponen en peligro la cordura de su psicópata retoño (Madre, 2009).

El coreano conoce en Snowpiercer  (EUA-Corea del Sur, 2013), titulada en México con el titulo horrible de El expreso del miedo, su primera cinta en ingles, y entrega un blockbuster de acción con logradísimas disertaciones existenciales,  una carga filosófica-alegórica que alcanza las alturas del poema y una furia indomable y visceral que nunca ha de echarse atrás.

Es como si Andrei Tarkovski le hubiera vendido a Hollywood los derechos de Stalker y este hubiera entendido gran parte de las implicaciones de un mundo postapocaliptico de aleatoria y lineal oscuridad anímica y vivencial.

Tomando como base la novela gráfica de Jean-Marc Rochettey Jacques Loeb, Le Transperceneige, Bong y su guionista Kelly Masterson se apoyan en un casting rico en opciones para entregar un menjurge, a veces vago y deshilvanado, pero siempre inmediato y voraz.

El Capitán América (Chris Evans) da la que tal vez vaya a ser la mejor y más compleja actuación de su carrera, con su callado y meditabundo líder insurgente que no conoce más mundo que un vagón caníbal del que ha de salir aunque haya que sacrificarlo todo y a todos.

Lo complementan el actor fetiche del director, Sung Ko Ah, divertidísimo como un mercenario cínico y con corazón de oro, el veterano e incombustible John Hurt , dándole vida a un viejo sabio que sabe que todo se irá al carajo pero que sabe que a hasta esos viajes hay que hacerlos con la mayor dignidad posible, y la camaleónica Tilda Swinton, algo irreconocible como una poli postnazi con gafas de maestra de escuela de monjas y sostenido rictus de asco.

Este Rompenieves no suena a algo que se haya visto antes, su imagen  de cáncer congelado y andando, su travesía por vagones en las que todas las opciones del mundo se han retirado a un nirvana fascista y oblicuo, su violencia y desencanto por un menú de opciones humanas que van desde el quedarte luchando sin brazos, hasta perder a un bebe tísico para que termine como aceite de baleros, la vuelve una  adicción muy especial del cine del fin del mundo

Un alegato sobre los imposibles de que querer ser un zapato o un sombrero en cuerpo que se hunde.

De la congruencia de sobrevivir a un holocausto con la simple certeza de que hay que volverse loco.