Joan Sebastian, el ranchero progresivo

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Murió aquel que tal vez sea el inventor, único representante y solitario precursor del ranchero progresivo, el que quiso volver, pero siempre estuvo. El que al final terminó como una mezcla del tipo Antonio Aguilar conoce a Jim Morrison.

El romántico rockero, el tipo de los suetercitos y modos suaves que cantó en la OTI y fue una carta fuerte del Siempre en Domingo de la segunda mitad de los ochentas.

Él que embarazó a Maribel Guardia y luego tuvo la puntada de ponerle el cuerno. El fuerte apache que se la pasó años con cáncer en los huesos y aun así nunca se bajó del caballo.

Nacido como José Manuel Figueroa el ocho de abril de 1951 en Juliantla Guerrero, frustrado aspirante a cura, dedicado en su niñez a labores de sembradío en los Llanos de San Sebastián, de donde sacó su nombre artístico.

Joan Sebastian, siempre vinculado al calor de la tierra, al arrancarle la felicidad a las montañas, es, ha sido y será uno de los músicos y cantautores más singulares de la historia de la música mexicana. Que llevó al sentir ranchero a nuevos horizontes en cruces híbridos con otros géneros musicales tan disímbolos como el pop, el rock, la banda y hasta el flamenco.

De una habilidad letrística que hablaba sincero de la nostalgia, del amor al terruño, de “conocer París, Chicago, ser un vago” y aun así querer volver, el “AJUUUUUUUUUUUU Juliantla” de “ese pueblo en la montaña que de luz y sol se baña cada amanecer”.

Donde el azar jugaba un papel central al tomar la decisión de tomar el tren de las cinco o el tren a las diez, con ese innovador sintetizador que acompañaba y regía Alma de Niña, canción que parecía una mezcla de cualquier cosa y hablaba sobre una joven inocente con cuerpo de Diosa.

Como compositor sus canciones recuerdan a una especie de Juan Gabriel que jugaba a la contemplación, donde la coquetería empieza por verle las manos a la mujer que te gusta y al final terminar por mirarle el alma.

Sebastian, cuya vida se vio marcada por el asesinato de dos de sus hijos, fue lo mismo un cautivador irredento hasta el colmo de la zalamería, que un bucólico cornudo al que la gente del pueblo le rumora que su esposa está buscando amante, en duetos musicales con interpretes hoy olvidadas como Prisma y Lisa López.

El cantante se desempeñó por un tiempo como un estelar de los Domingos donde Raúl Velasco reunía a ”la gran familia mexicana” en torno al televisor para recetarles cinco horas de canciones románticas inofensivas y buenas costumbres.

En ese tenor el “amame y déjame amarte a mi manera, sediento de ti mi cuerpo espera” de una de sus canciones apelaba a un reflejo máximo y humano de mantener encendido el fogón aunque Televisa nos quisiera convencer de que había que apagarlo.

Pasaron los noventas, Joan Sebastian decidió entonces convertirse en una reencarnación grupera de Antonio Aguilar y terminó de montar su espectáculo de caballos y jaripeo donde dio muestras de ser un jinete de cuidado.

Disertó sobre como los cielos grises y nublados te ponen Sentimental, o de como los besos son Tatuajes que se llevan en todo el cuerpo.

Joan Sebastian estuvo en todo y en todo floreció, hoy su muerte hace que muchas y muchos hayan sido asaltados por las irrefrenables ganas de tomarse unas chelas y echarle diez pesos a una rocola para escuchar sus canciones y cantarlas.

En el ánimo propio, en el sentimiento que nos camina dentro, en el momento en el que todos en este país nos preguntamos ¿qué nos va a pasar a todos? ahora que el Chapo ya se volvió a escapar y el presidente y tres cuartas partes de su gabinete están en París paseando a gusto con dinero del erario.

Con ganas de gritarnos que todo estará bien y tendremos más de esos amaneceres que nos cantaba Joan Sebastian, de esos regresos, de esos cariños, de esos amores.

El hijo prodigo de Juliantla parece haber sabido morirse en el momento justo en el que su pueblo más lo necesitaba.