El laberinto de la furia

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González (Harold Torres) ha encontrado en su pantalla plana la paráfrasis de su desgracia y en la religión el camino para hacerla más profunda. González es el hombre sólo que deambula por una tierra explotada por mentiras y falsos profetas. González quiere encontrar aunque sea por una maldita vez en su vida un poco de satisfacción.

Como bien comentara el actor ibérico Carlos Bardem, otro de los protagonistas de González, falsos profetas (México, 2014) en este mundo sobran los González, los anónimos cuya existencia nace, crece, se estanca y desaparece.

Haciendo uso de un personaje deambulatorio que, recorre una y otra vez los caminos de un infierno tibio (arquetípico Travis Brickle del Taxi Driver de Martin Scorsese) Christian Díaz Pardo escribe y pone en escena una disección sobre ese callejón sin salida en el que se circunscribe la actual psique nacional, en ese querer pero no poder, en ese poder pero no tener, en ese tener pero no saber para qué.

Apoyándose en un notable trabajo de la directora de arte, Alisarine Ducolomb (quien le pone escenografía al hartazgo) Pardo toma a los shows religiosos tipo Pare de sufrir con predicadores que hablan como Zague pero pasan la charola del dinero como secretario de hacienda, como metáfora de la sinrazón de estos tiempos en los que la gente gusta de aventarse a los vacíos de un fanatismo que los ordeña como animales de granja. Gobierno, televisión, religión, no importa. Acá la cosa ya no es creer, sino no pensarse.

Torres en el papel titular llena la pantalla con su personaje de poca estatura, de tacuche abigarrado eterno y de un fuego interno que no estalla ni alumbra. Con su noviecita persignada (Olga Segura) a la que hablándole bonito es capaz de fornicar hasta en la sala de su tía. Con sus sueños de remplazar a su pastor (Bardem) y tomar su vino, manejar su auto y conducir sus infomerciales. Con su cuarto ocre al que no le entra luz porque el ya no dejó por dónde.

González, más allá de ser un estudio sobre las transas de la fe y la gandallez de quienes ya la patentaron para vivir como reyes el resto de su vida terrenal, es un diagrama sobre los resortes de la explotación y las razones del estallido. Sobre esa maldita gente a la que alguna maldita vez todo podrá salirle jodidamente bien.