Niños descalzos y su placer por jugar

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Triquis y rarámuris entran al cemento de la cancha de basquetbol en el deportivo Francisco I Madero, en Iztapalapa, para jugar un duelo de pies descalzos. Una cita entre el norte y el sur, entre dos extremos que comparten jugar sin calzado, y también historias de carencias.

 

 

Se trata de un duelo organizado para inaugurar el programa “200 mil estudiantes por México”. La gente de una de las delegaciones más pobres de la capital se arremolina para el show montado por los organizadores.

Bola entre dos para comenzar el partido. Triquis irreverentes, vestidos de verde, rarámuris con cara de espanto y playera anaranjada. Los de Oaxaca, que gracias al basquetbol ya compitieron en Sudamérica y el Caribe, vuelan sobre la cancha pintada un día antes.

Los triquis hacen doble defensa, roban el balón con la misma facilidad que han aprendido a dar entrevistas y toman una ventaja de 16-0, suficiente para acabar el primer cuarto, subir al estrado de los políticos y recibir un ipad como premio por atraer gente.

Cada niño recibe su recompensa mientras las autoridades de Iztapala y el instituto del deporte de la capital, además de unos enviados de Conade, se lucen con las fotografías. Los niños rarámuris, que juegan su primer partido fuera de Chihuahua, quedan estupefactos, no por el marcador, sino porque las mujeres políticas de la capital les piden beso en la mejilla antes de darles el premio.

II

Partido reaunudado, se acabaron las fotos y las autoridades se fueron. Algunos ojos menos y los rarámuris adquieren confianza. Pelean más por los balones y se atreven a lanzar la bola hacia la canasta.

Los niños de Chihuahua son resistentes, la paciencia es su principal virtud. Así lo ha sido desde que nacieron, y así lo es cada semana cuando se dirigen de su comunidad natal Cuiteco, donde está la primaria indígena Rarajipuame.

“Hago como cuatro horas, llego caminando cuando no se puede tener ride”, dice Gildardo Javier, de 12 años y estudiante del sexto de primaria. “Yo hago como dos horas, siempre voy caminando”, dice Severino, también de sexto y un poco más afortunado.

Severino nunca pide aventón. Dice que prefiere caminar porque va pensando en las lecturas que hace en la semana en una escuela internado a la que llega el lunes y sale el viernes por la tarde. “Nada, no hay nada que hacer; sólo leo. Me gustó Caperucita Roja”, dice el pequeño de 12 años.

El basquetbol llegó a Cuiteco hace un par de años con el programa estatal Un equipo, una escuela. Lo aprendieron los niños rarámuris y fueron terceros en el Final four de Chihuahua, sólo superados por el equipo de la capital y Ciudad Juárez.

“Nomas hacemos basquet, llevaron balones y me metí”, dice Francisco, del quinto año. “Primero no sabía, después empecé a agarrar la pelota y me animaron a entrar y quedarme”, añade Gildardo. “Antes hacía fut, pero ahora se juega más basquet”, justifica.

Para los niños rarámuris el encierro los ha llevado a la cancha de basquetbol, la única que tienen en su escuela. Les permite pasar horas y olvidarse del entorno mientras salen de la primaria. Algunos ya piensan en seguir jugando basquetbol; otros, como Gildardo, son menos optimistas y saben que sólo hay un futuro: “Será trabajar, no sé; en lo que se pueda”.

Esa es su historia de la tierra que los vio nacer, a mil 240 kilómetros de distancia de la capital del país. Mientras vuelven a la cancha tienen dos noticias: la buena es que han logrado sus primeros tres puntos del partido; la mala, que los triquis ya llevan 37.

III

Pasadas las instrucciones del medio tiempo, los pies descalzos ya vuelven al partido. Ahora hay menos gente que al principio, la curiosidad empieza a irse y los que se quedan están habituados al dominio de los triquis, que además de jugar ya se han acostumbrado a contar su historia.

“En nuestra región no había nada que hacer. En 2009 llegó el profesor Sergio Zúñiga, hizo una fiesta de estudiantes y ahí nos seleccionó para ir a jugar a Aguascalientes. Es el primer torneo al que salimos”, recuerda Isaías, quien lleva tres años en el equipo.

“No tenemos nada, sólo una cancha de basquetbol, es el único deporte que podemos hacer”, continúa. “Cuando empecé no sabía las reglas, nunca había visto basquetbol. Después fue difícil porque los entrenamientos eran pesados”, reconoce.

Isaías dice que tiene 13 años, dos preguntas después corrige y dice que apenas son 12. De lo que sí está seguro es que va en sexto de primaria, igual que los rarámuris. Él es de Río Venado, una población de menos de 500 habitantes.

“Nuestros papás trabajan en el campo, siembran maíz. Hacen cosechas para comer nosotros”, comparte. “Tenemos 18 comunidades, algunas tienen primaria y otras secundaria. El próximo año tendré que ir a otro lado para estudiar”, admite.

El pequeño triqui va a la escuela por la mañana y a entrenar por la tarde. Dice que el año pasado la vida “cambió mucho”, porque viajaron por el mundo y los recibió el presidente Enrique Peña Nieto en Los Pinos. Antes no sabía lo que era practicar deporte, ahora comenta que Kobe Bryant “juega bien chido”, se ha convertido en el mejor alero de los triquis, ha anotado la canasta que pone el marcador 55-6 sobre los rarámuris y avienta que su sueño es “ser un jugador profesional”.

IV

El partido agoniza, la pizarra es 60-9. Los triquis se llevan las palmas, desde la banca de los rarámuris el entrenador dice que “jugamos mejor, se espantaron con tanta gente”. El tiempo se acaba y ambos equipos hacen una fila, chocan las manos y sonríen. Los de la sierra de Oaxaca se aprestan para dar más entrevistas, son los mejores basquetbolistas descalzos de México.

En el otro extremo los de Chihuahua lucen serenos, introvertidos. Les gusta jugar basquetbol, corren y luchan por el balón, pero a diferencia de los triquis, hechos para jugar un torneo tras otro, los del norte son parte de un programa social en el que el basquetbol en una herramienta y no un fin.

“Donde vivo hacen otros juegos tradicionales, me gustan; pero quiero seguir practicando el basquet. Quiero ser deportista, es lo que más me gusta”, dice Gildardo Javier. “No se qué pase, hace dos años que juego porque me invitaron en la primaria, cuando acabe, no sé”, se resigna Francisco, mientras calza sus huaraches y emprende el regreso a casa.