Castro, donde los amantes son del mismo sexo

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El barrio es la capital gay del mundo y su historia de lucha por los derechos homosexuales está perfectamente retratada en la película Milk, protagonizada por Sean Penn. Aquí, un pequeño resumen de su pasado, algunos tips para concerla en el presente y el trailer de la película. Si estuviste allí, cuéntanos tu opinión.

Un cartel de neón cala la palabra Castro en la oscuridad y su suave luz colorada descubre la fachada del histórico teatro construido en 1922 por los hermanos Nasser. El viento implacable peina y despeina las banderas arco iris que decoran las casitas victorianas. En la puerta de la legendaria taberna Twin Peaks, una de las más fotografiadas por su ubicación, en la esquina de Castro y 17th Street, dos hombres charlan como buenas vecinas vestidos sólo con un gorro de lana. Nada más que un gorro. “Sí, somos nudistas”, asegura serio uno de ellos, cuya cara de irlandés mezclada con rasgos nórdicos, no resulta casual en este contexto.

Antes de que Castro se convirtiera en la capital gay del mundo, se llamaba Eureka Valley y lo habitaba una comunidad de irlandeses y escandinavos católicos de clase trabajadora. La reacción no se hizo esperar cuando, en 1963, se inauguró allí un bar gay. Pero con él llegaron nuevos vecinos: los hippies de Haight Ashbury, embanderados con los ideales del amor libre, y un considerable número de soldados expulsados del ejército, después de la II Guerra Mundial, por su condición homosexual. Los irlandeses se marcharon, el barrio pasó a llamarse Castro (por su calle principal y el emblemático teatro) y llegó Harvey Milk, un activista neoyorkino cuya carrera política fue representada por el magnífico Sean Penn en la película Milk.

Su local de venta de cámaras fotográficas -en el número 575 de la calle Castro- se convirtió en el búnker desde donde promovió los derechos de los gays. La fortaleza de sus ideales lo posicionó como el primer hombre abiertamente homosexual que fue elegido, en 1977, para un cargo público en los Estados Unidos como miembro de la Junta de Supervisores de San Francisco.

Para comprender cómo Castro llegó a ser Castro hay que ver la película. Además de mostrar rincones emblemáticos del barrio, lo más importante es que refleja la moral de la sociedad de entonces. Por un lado, el puritanismo recalcitrante y por el otro, el nuevo orden emergente que Harvey Milk resume en la siguiente frase: “Un homosexual con poder, eso sí que es temible”. Su conquista se llevó a cabo en un barrio con dos facetas: bajo el sol resplandecían las dulces casitas victorianas; a la luz de la luna -y del neón-sus calles se convertían en lienzos de expresión sin tapujos.

Caminar Castro es como espiar escenas de película. Un barman con bigotes tupidos y chaleco de cuero le sirve un trago color criptonita a una pareja masculina que se besa hasta quedarse sin aire. En el restaurante, un joven le arrima una cucharada de sopa a su amado. Enfrente, de la panadería cuyo toldo sentencia “horneado con amor, servido con orgullo”, un hombre mayor sale sonriente con una docena de facturas con forma de pene. Por histórico, por único y por vibrante, Castro es el territorio de San Francisco para entender que el sexo hace rato superó la variable hetero.

Flamante museo

El 13 de enero abrió sus puertas el primer museo gay de los Estados Unidos y el segundo en el mundo -después del Schwules Museum de Berlín. Bajo el nombre de GLBT History Museum, este emprendimiento gestado por la Sociedad Histórica Gay Lesbiana Bisexual y Transexual (GLBTHS), exhibe documentos y objetos personales de quienes lucharon por los derechos de esta comunidad. Miércoles a sábados de 11 a 19. Domingos, hasta las 17 horas. Entrada: 5 euros. www.glbthistory.org