A marchas forzadas

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Uriel Pérez García 

Si pretendiéramos segmentar a muy grosso modo la asistencia a la marcha del pasado domingo podríamos hablar de por lo menos cuatro grupos de asistentes: en primer lugar los militantes y simpatizantes de Morena y los demás partidos que han caminado coligados en términos electorales y de alianza de gobiernos federal y locales.

En segundo lugar están quienes ahora forman parte de lo que se conoce como la clase gobernante tanto a nivel federal como en 22 entidades del país, más los municipios en los que gobierna el partido guinda; en tercer lugar estarían las organizaciones sociales que simpatizan con el movimiento de la Cuarta Transformación, más allá de tener o no militancia con el partido Morena, incluidos los sindicatos.

Sin embargo lo que no se puede negar es el enorme apoyo que se movilizó sin necesidad de una pertenencia a un grupo organizado como los antes mencionados y que por ese hecho tiene mucho más valía por ser el segmento seguramente mayoritario, puesto que se trata de ciudadanos y ciudadanas de decidieron refrendar su apoyo a un presidente que también reafirmó un liderazgo inigualable.

En este mismo segmento también se puede hablar de quienes más allá de refrendar su simpatía con el presidente, ratifican su convicción de que es posible una transformación auténtica del país y que esa posibilidad de cambio hasta hoy solo se visualiza realizable a través del proyecto que encabeza López Obrador.

Grave error será soslayar por parte de los sectores opositores este clamor ciudadano expresado en los segmentos que, sin necesidad de encasillarse en la característica clientelar de movilización que definitivamente sigue vigente a través de los programas sociales, acudieron el pasado domingo para manifestar que no existe otra propuesta real en términos de proyecto de gobierno que pueda desplazar de tajo a la 4T.

No obstante, no se debe tampoco soslayar a quienes no han percibido una congruencia entre el discurso y los hechos, máxime cuando la estructura del régimen marcado por la corrupción continúa presente personificado con los mismos de siempre que ahora migran hacia el partido en el gobierno con el objetivo de seguir manteniendo sus privilegios.

En este sentido, en la otra cara de la moneda se visualiza que el capital social y político evidenciado en la reciente marcha, debería ser el impuso hacia la construcción y atención de una agenda que incluya temas prioritarios como la inseguridad y violencia que se vive en el país y que una y otra vez se ve reducida en las conferencias matutinas y en la falta de acciones contundentes contra este y otros temas que además de vigentes, tienden a magnificarse.

Ahora se debe pasar más allá de solo mostrar ese músculo, esa legitimidad innegable, si no capitalizarla para aterrizar los enormes pendientes que se esquivan a través de planteamientos que solo dan visos de venganza o empecinamiento vacío de argumentos sólidos, como en el tema de la reforma electoral que al parecer ni siquiera pasará en los términos originalmente planteados, sirviendo solo de pretexto para la polarización.

Lo anterior hizo de la movilización del pasado trece de noviembre una marcha forzada por la polarización innecesaria que tiende a radicalizarse por ese “mito del mandato popular” que convierte a los presidentes en mandatarios autoritarios y portadores únicos de una voluntad general dejando de lado la negociación, el diálogo y sobre todo el respeto a las minorías.

Por otro lado queda claro que la marcha convocada por el presidente de la república también fue una marcha forzada, pero por ese hastío que en 2018 tuvo su estallido por la vía electoral, mostrando el repudio y total decepción a un régimen político que en definitiva se olvidó por décadas de los más necesitados que fueron discriminados por una élite política clasista todavía vigente.

Una marcha que respalda y ratifica un liderazgo, pero que además envía un clarísimo mensaje de rechazo a los opositores deja de manifiesto que también hay conciencia ciudadana de un sector que no se siente del todo satisfecho con lo prometido y lo cumplido, pero que refrenda su esperanza de cambio.

Lo que sigue es traducir la movilización en exigencia, asumiendo el enorme reto de construir ciudadanía, lo que seguramente llevará todavía algunos años para superar, puesto que no será solo por voluntad de los gobernantes sino a través de la toma de conciencia de todas y todos quienes al final del día sobrellevamos las consecuencias de las decisiones políticas.