Fogonero: Andrzej Wajda, el cineasta del hierro frágil

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Rodrigo Islas Brito/RIOaxaca.

Oaxaca de Juárez. Andrzej Wajda murió el pasado nueve de octubre y en el planeta youtuber millennial  que venera  todas las series del mundo como si estuvieran cayendo del mismo cielo, catalogándolas por decreto como paradigmas de modernidad de pensamiento y vida,  puede que no  haya muchas o muchos que se hayan dado cuenta de ello. Pero la verdad es que ha muerto uno de los mejores cineastas de la historia

Conocí el cine de Wajda en la preparatoria cuando me avente un ciclo completo de sus mejores filmes en el desaparecido cine club El Pochote y tan no lo pude olvidar que años después cuando impartí clases de materias audiovisuales en algunas universidades trate de compartirlo lo más posible.

Zbigniew Cybulski como Maciek Chelmicki, guerrillero trágico y enamorado en una Varsovia de intereses conciliadores de postguerra. Con una gafas oscuras que no podía dejar de usar gracias a sus años de resistencia contra los nazis pertrechado en un drenaje

Siempre escapando de lo que ya no lo estaba persiguiendo, trasluciendo su sangre y su vida en la blancura de una sábana blanca secándose al sol, muriendo después bajo los espasmos de quien quiere seguir caminando pero ya no puede ir a ningún lado.

Cenizas y diamantes (1958) fue el punto de arranque de la Escuela de Cine Polaco. Movimiento de una tropa de cineastas chavos y agónicos que morían anímicamente por traducir en imágenes las áridas emociones dejadas por seis años de ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Andrzej Munk, Krzysztof Zanussi, Agniezska Holland, Andrzej Zulawski  e incluso el mismo Román Polanski (que dejo su natal Polonia a su segundo filme) tuvieron en Wajda a su punto de arranque para internacionalizar en sus fantasmas, realidades y emociones, los dolores de un devenir que había vivido el mismo infierno, y al cual su sinceridad de miras hacia asequible para el gran público hasta un idioma tan enrevesado como lo es el polaco.

Wajda, quien combatió al sueño de “pureza” de Adolf Hitler como miembro adolescente del ejército polaco, fue el cineasta de la postguerra, el que puso sobre la mesa las contradicciones de una Segunda Guerra Mundial que al menos en su Polonia natal a nadie le reportó gloria. Donde las dobles y cuatruples traiciones minaron ánimos, ensoñaciones, y herencias de voluntades y discursos.

Vale destacar las dos primeras partes sobre la trilogía de la Resistencia en la Polonia ocupada que concluyó con la mencionada Cenizas y Diamantes, donde Wajda da todas las muestras de saber para que se filma una secuencia y porque.

Una generación (1955) descorazonador relato sobre un chamaco inocentón que por juego y orgullo de nación se va metiendo a la resistencia contra los nazis, encontrando al final que el juego ya no existe en lo absoluto. Y Kanal (1957), recuento extraño y juguetón sobre un pequeño batallón de la Resistencia que sobrevive en los canales de las alcantarillas, donde el nativo de Varsovia da cuenta de que a veces verdadero y más humano heroísmo es el que más fracasa.

Wajda se convirtió desde su primer filme en el cronista de Polonia, de sus fortalezas, de sus  callejones sin salida, de su socialismo surgido de los rastros de un Holocausto. De esa tierra de cultivo del desencuentro que había dejado en su primera juventud en el cineasta una sensibilidad trágica que ya no lo abandonaría nunca.

En los sesentas y setentas, a medida que  la psicodelia en el mundo se volvía virtud, Wajda se fue tornando también cada vez más alegórico y simbólico (alguna vez afirmó que empezó a hacer cine queriendo ser Buñuel)  hasta alcanzar el punto máximo de la incomprensión en la lyncheana La Boda (1973).

Todo en venta (1969) fue la respuesta pesadillezca y ensoñadora de Wajda a la absurda y muy prematura  muerte en la vida real de su James Dean polaco (Zbigniew Cybulski) al intentar subirse a un tren movimiento y terminar hecho carnitas bajo sus ruedas.

El paisaje después de la batalla y Los Abedules (ambas de 1970). La primera una parábola sobre una pareja sobreviviente de un campo de concentración nazi que se encuentran con que si ya no están los nazis, aun así siguen estando los mismos asesinos. Convirtiéndose las victimas en sendos explotadores de la desgracia gracias a una guerra que los liquidó, pero a la cual después le tomaron gusto.

La segunda, un recuentro entre dos hermanos (uno de ellos Daniel Olbrychsky, actor wajdaniano donde los allá) que son como el ying y el yan, habitando un bosque de colores vivos y presagios muertos, que ejemplifica hasta qué punto la sabiduría visual del cineasta fue capaz de extenderse por veredas encendidas que solo demandan piedad.

Para Wajda la discrepancia moral era la única certeza en un mundo que solo exige lagrimas incomprensión y sangre. Su disección de las realidades siempre fue de un naturalismo amargo en su poesía, pero encabronadoramente diestro en su desconsuelo.

Tal como lo muestra esa otra parábola, ahora del capitalismo más sangriento y ramplón, La tierra de la gran promesa (1975) traducida en epopeya del siglo 19  de tres horas de duración, con tres amigos que compran una fábrica para salir de pobres y terminan convirtiéndose en férreos, crueles y algo culposos terratenientes de la miseria ajena.

El hombre de mármol (1977)  y El hombre de hierro (1981), es el tándem que Wajda tramó  con ganas de diseccionar el mismísimo sistema socialista totalitario de su terruño. Ejemplificando la reconstrucción semi periodística del mito de un hipotético (pero cercano a Lech Walesa)  héroe proletario, que cual Ciudadano Kane de tierras frías y pobres, termina por encontrar su mayor acto rebeldía en su propia aclimatación política.

Vendrían también irrupciones de Wajda en un cine no hablado en polaco, pero cercano a Polonia en todo lo demás. El director de orquesta (1978) radiografía sobre las máscaras que puede corroer la envidia encorazonada en la historia de un joven músico que no soporta los consejos.

Un amor en Alemania (1983) aceptación social de lo que sucede cuando un país completo (la Alemania de Hitler) decide volverse uno solo con la ignorancia  y la más atemporal barbarie.

Y sobre todo Danton (1982) hablada en francés, recuento de los últimos días del revolucionario francés del título, que significa la acepción de un impresionante tour de forcé del camaleónico (y hoy mastodóntico) Gerard Depardieu, como un idealista furioso que ya no puede seguir alimentando más su pragmatismo, sabedor de que a su idealismo se le están acabando las horas.

Wajda pone aquí todo ese hierro político del que era depositario dando luz y guillotina sobre las contradicciones y dobles discursos que llevaron al éxito a la Revolución más emblemática de la Historia (la francesa) Donde la libertad, igualdad y fraternidad suenan a colonialismo  puro cuando son enunciadas por la voz tipluda de un niño.

Wajda no alcanzó en  su restantes filmes (de las más de cuarenta películas que filmó durante su noventas años de vida) los niveles de efectividad y soltura de sus primeros treinta años de carrera. A no ser por las dos películas que casi todas las anotas y artículos periodísticos sobre su muerte mencionan como las más representativas

Katyn (2007) recuento de los 22 mil soldados polacos que fueron ejecutados por los rusos (que se supone habían venido a liberarlos) en 1939, dentro de los cuales uno de los ejecutados fue el padre del mismo Wajda. Buena película que no obstante sus buenas intenciones, termina sonando a imitación de las mejores cintas setenteras de su autor.

Walesa, la esperanza de un pueblo (2013) biopic demasiado ceremonioso del electricista, sindicalista,  huelguista y líder de Solidaridad, Lech Walesa (figura a la que el cineasta ya se había aproximado en sus hombres de hierro y mármol) quien llegó a ser presidente de Polonia  y significarse en una de sus figuras libertarias, contradictorias e históricas más importantes

El que estas dos películas sean las primeras mencionadas en la gran mayoría  de las reseñas que sobre la muerte del cineasta se han hecho (en las que incluso en algunas lo único que de él se rescata fue su Oscar honorario de hace unos años, sin mencionar a Cenizas y diamantes, ni a Dean Cybulski, ni  a casi nada de lo que aquí se ha mencionado hasta ahorita) da una idea de hasta qué punto el analfabetismo cinematográfico empieza a entronarse en este tiempo de veinteañeros que piensan que Juegos de Tronos (desde hace cinco años) es la mejor “película” que han visto nunca.

Andrzej Wajda era y es un clásico y ahora está muerto. Y eso hay que lamentarlo pues las sabidurías de los clásicos no se deben olvidar jamás, pues cuando se olvidan, se olvidan también las llaves de las puertas que su entendimiento libre y profundamente humano nos abrió de par en par.