La cumbre estrellada

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Guillermo del Toro puede que crea que ya está en la posición de auto homenajearse, pero lo que en realidad le sale es un deja vu de la repetición.

Pareciera que en  La Cumbre escarlata (EUA,. 2015) el creador de Cronos decidió auto canibalizarse. Juntó los fantasmas de heridas tétricas y supurantes, de El espinazo del diablo, los condimentó con el ojo de sangre a lo Laberinto del Fauno, y le anexo una trama clásica de novela victoriana de chica rica inexperta conoce a galán extraño.

Originalidad es lo que uno extraña en esta Cumbre, aunque los boquetes se llenan con una implacable ambientación, y esos  escenarios entre góticos y grotescos que le salen tan bien al cineasta tapatío, de repente pareciera que estamos ante la cinta mas anodina del creador.

Las actuaciones, regulares pero no particularmente memorables, son de Mia Wasikowska como una Jane Austen algo desabrida, aunque lo suficientemente aturdida como para resultar interesante, de la camaleónica y todavía mas aturdida Jessica Chastain como una especie de Judith Scott conoce al Marqués de Sade, de Loki Tom Hiddleston, en un papel que rescata hasta donde puede de su cansina concepción,  y de un Charlie Hunnam, al que del Toro le da un papel de enamorado bobalicón que está hecho para ser acuchillado desde su primera secuencia.

Del Toro debió haber planeado mejor este, el mayor acercamiento de su carrera al cine de Alfred Hitchcok, de quien hace veinte años el entonces incipiente director  escribiera un libro, analizando cada una de sus cintas. Generaciones de cinéfilos encontraron en el un puente inmejorable con los principios de la concepción de esos círculos de obsesión que caracterizan al cine del director de Frenesí, Los pájaros, Psicosis, Vértigo e Intriga Internacional.

Rebeca, La sospecha, La sombra de duda, películas donde mujeres inexpertas  se enrolaban con hombres misteriosos un rosario de engaños, espejos y demencia criminal, parecen ser el modelo del cineasta.

Sin embargo hay algo que no se logra en este pastiche de influencias. Hay algo en lo que Del Toro fracasa. Después del fogonazo lúdico de color y esternón que fue Titanes del Pacifico, acá el cineasta decide hacerse de un corsé y de una maquina copiadora.

Una trama mejor pensada y que hubiera apostado a un mínimo de originalidad hubiera mejorado mucho las cosas.