La sonrisa en los bordos de Federico Jiménez Caballero

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Federico Jiménez Caballero recuerda cuando su padre los llevaba a él y a sus cinco hermanos, de su natal Tututepec, Melchor Ocampo, en plena sierra oaxaqueña, a la milagrosa Juquila.

“No había camino era pura vereda, se hacían caravanas porque había animales en el trayecto, si perdíamos la vereda preguntábamos a la gente y la volvíamos a encontrar.”

Mixteco, costeño, Jiménez Caballero ejemplifica en esta anécdota de vida las razones que lo llevaron hace ocho años a fundar junto a su esposa, la antropóloga estadounidense, Ellen Belber, el Museo Belber-Jiménez, espacio independiente, que se propone desde ahora como una alternativa fresca en un escenario cultural de fuentes agotadas y caudillos que le traspasan su legado a CONACULTA.

“El museo es una Guelaguetza como agradecimiento a todas y todos lo que participaron, para que la familia Jiménez alcanzara prosperidad. Sobre como nacimos y como vivimos hoy.”

“Pasar de aquí para allá es muy difícil pero lo hicieron menos difícil las personas que nos encontramos en el camino.”

Federico, hoy de 75 años, salió de su pueblo a los 14, llegando a vivir a un internado. Años después estudió leyes y se casó con Ellen, surgiendo entonces la posibilidad de irse seis meses becado, estudiando y trabajando en el museo de la universidad de los Ángeles.

Enfrentándose muy pronto al recorte que el entonces gobernador Ronald Reagan, le impuso a los subsidios universitarios, pues a sus ojos conservadores de cowboy de western hollywoodense, los estudiantes en los sesenta no eran más que una bola de hippies revoltosos enemigos del american way of life.

Esta intromisión llevó a Federico a entrar a la escuela de arte y diseño, donde comenzó a atesorar conocimientos en torno al arte universal y las distintas culturas que la definieron.

Griego, romano, bizantino, art noveau, Jiménez Caballero lo asimiló todo y lo definió mejor. Iniciando su marcha laboral en Estados Unidos en un mercado de abarrotes, el mixteco terminó por abrir su primera tienda en la ciudad de Los Ángeles, especializada en joyería y diseño de joyería.

Conocido por su innovador trabajo en el suroeste de Estados Unidos y Nueva York, Jiménez recuerda como a él y sus hermanos partieron de cero, con el apoyo de unos padres al que su origen humilde nunca les hizo pasar por alto la importancia de que sus hijos tuvieran una educación académica.

Fue con uno de sus hermanos, Ramón Jiménez Caballero, doctor fundador de la Clínica 2002, con quien empezó a planear la existencia del actual museo (hoy bajo la dirección de su hijo Ramón Jiménez Cuen) e incluso la implementación una reserva ecológica, inspirado en su amigo, el cantante y actor norteamericano John Denver, quien en su preocupación de mantener vivas las especies animales llegó a comprar una gran pedazo de tierra, y del que Federico jamás olvidó la sonrisa en su cara, y la satisfacción en su alma.

“Mi padre mataba lagartos en una laguna llamada el Lagartero, los mataba para vender sus pieles Con lo que ganaba comíamos todos. Fuimos parte del pecado.”

Caballero se refiere a que de tanto cazarlos los lagartos se extinguieron en la laguna, con un medio ambiente, que cambió hasta el grado en el que ya no los dejó subsistir ahí.

Estaban en los planes para la reserva ecológica cuando el terrible asesinato de Ramón Jiménez Caballero, truncó el proceso.

“Abrimos el Museo Belber- Jiménez en su memoria”, resume con dolor el entrevistado, y regresa al presente de su legado y los orígenes de la enorme colección que lo significa.

“Colecciones que duraron cincuenta años para hacerse, el poco dinero que ganábamos mi esposa y yo lo convertíamos en huipiles y zarapes antiguos, en joyería moderna precolombina y colonial.”

“De los maestros del periodo moderno de la joyería compramos sus trabajos a buen precio y ellos sabían, que un díaiban a ser representados en un museo.”

Caballero recuerda que su esposa y el comenzaron su colección prácticamente sin dinero. “Nos íbamos al Istmo, nos dormíamos en las hamacas y pagábamos un peso porque no podíamos ir al Hotel Donají porque costaba siete pesos.”

Arte colonial, religioso y costumbrista son las bases sobre los que la colección se mueve.

“Las artesanías deben ser usadas, no quiero decir antiguas, porque hay que recordar que las antigüedades deben tener mínimo cien años para que se clasifiquen como antiguas.”

Caballero cuenta, que en el futuro también hay planes de representar a los artesanos de hoy en el Belber- Jiménez e incluso cambiarse a un edificio más grande.

“No es fácil tener un museo en México. Los museos en este país están sostenidos por el gobierno, este es un museo independiente.”

El diseñador y coleccionista declara, que no espera mucho del gobierno mexicano, pues si el museo tiene que recibir fondos algún día, Caballero mira como más probable que estos vengan del extranjero, donde se le tiene más fe a la filantropía cultural, al simple acto de dar sin pedir nada a cambio.

“La cultura de un pueblo se cuenta por cuantos museos tiene una ciudad” valora Federico y salta a uno de sus temas favoritos. La época precolombina de la joyería, que para él es de donde todo parte.

“Hubo una exhibición de platería mexicana en Estados Unidos y en la Ciudad de México, y la gente decía, que barbaridad, esto se hizo en México. Esto es una escultura además de ser una obra de arte.”

“En México no le pedimos nada a ningún otro país del mundo, somos una cultura que culturalmente no tiene rival.”

Jiménez recuerda, que una vez le preguntaron el porqué hacer énfasis en un museo y no en un hospital. Su respuesta fue concisa.

“Quiero que en este museo vean el plato donde comió tu bisabuela, el vestido que uso para vivir, son representaciones y testimonios para tus raíces.”

“En un hospital, al final del día morimos todos.”

Federico Jiménez Caballero mira en nuestra herencia cultural, el principio y la trascendencia de nuestra especie.

“Veo a los niños en la Sierra que están en los bordos de la salida de sus pueblos, viendo el camino, inconscientemente pensando en salir.”

“Uno o más de uno de esos niños soy yo. Hay oportunidades, se necesita un empujón y a cruzar el río a como dé lugar.”