Culto a los muertos en Oaxaca

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La Razón.

Ciudad de México. En la época prehispánica, la muerte estaba presente en la vida cotidiana y religiosa. En Mitla, que en náhuatl quiere decir “el lugar de los muertos”, se enterraban los altos dignatarios, pues veían que en el campo, los árboles y las plantas se secaban y morían, para meses después renacer.

Así a diario moría el sol y renacía al día siguiente en un proceso natural, existía una vida después de la muerte, por lo que pensaban, que regresarían de ultratumba para reiniciar el ciclo.

El Día de Muertos es una tradición que realza la festividad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. Los dominicos impusieron estas fechas a una celebración muy antigua que dio como resultado un sincretismo entre el culto prehispánico y las creencias de la religión europea.

El Dato: Al ver que el Día de Muertos coincidía con fechas católicas, los evangelizadores dominicos Fray Gonzalo Lucero y Fray Bernardino de Minaya lo adaptaron a ritos europeos.
Las tradicionales festividades del Día de Muertos se llevan a cabo al inicio de noviembre. El primer día está dedicado a los “angelitos”, que murieron de niños, siendo el siguiente el que corresponde a los “muertos grandes” o adultos.

En Oaxaca las fiestas de muertos comienzan días antes. La Central de Abastos de la capital se encuentra pletórica de artículos y condimentos necesarios para la elaboración de “ofrendas”.

Una artesana muestra una calavera. Foto: Especial
Las celebraciones principian el 31 de octubre con la tradicional visita a los cementerios, las tumbas son adornadas con flores y veladoras, ofrendas que incluyen alimentos como tamales, atole, tortillas, moles y diversas bebidas que son acompañadas por cantos y rezos.

Cada lunes del mes hay festejos en los camposantos de San Juanito, San Martín Mexicapan, el exMarquesado y el barrio de Xochimilco.

El 2 de noviembre, en los Valles Centrales, se continúa con la celebración de muertos en los cementerios de Teotitlán del Valle, Tlacolula, Santa Ana del Valle y Zaachila.

En general los altares se cubren de flores de cempasúchitl con ofrendas culinarias, pan de muerto, caña, tejocotes, chocolate, calabaza en dulce, calaveritas de azúcar, velas y veladoras.

El padre José Antonio Gay, en su Historia de Oaxaca, expresa:

“El culto a los difuntos no terminaba en el sepulcro. Además del aniversario que celebraba cada uno en particular, acostumbraban levantar en los templos, en honra de los muertos un catafalco, cubiertos de velos negros, sobre los que derramaban flores y frutos, y en torno de los cuales oraban: también tenían una fiesta o conmemoración de los difuntos en común, cuyo día, por singular coincidencia, correspondía próximamente al tiempo en que los católicos celebramos la nuestra.

“En toda la noche no se atrevían a levantar los ojos por temor a que, si en el momento de hacerlo estaban acaso los muertos gustando de aquellos manjares, quedaron afrentados y corridos y pedirían para los vivos ejemplares castigos. A la mañana siguiente se daban mutuamente los parabienes por haber cumplido con su deber, y los manjares se repartían entre los pobres y forasteros. No habiéndolos, se arrojaban en lugares ocultos: los muertos habían extraído de ellos la parte nutritiva, dejándolos vacíos y sin jugo, tocándolos, los habían hecho sagrados” (1).

En el mundo prehispánico no existía el panteón como lo conocemos hoy en día, los muertos eran inhumados en el hogar para que siguieran, de algún modo, compartiendo con los vivos; los grandes sepulcros eran para los guerreros destacados, sacerdotes y las clases altas como los reyes.

La fiesta de muertos en Oaxaca es la más grande celebración, los que se encuentran fuera de Oaxaca regresan a compartir con sus muertos los alimentos y bebidas que les agradaban en vida; en los altares se ven cigarros y mezcal si los tomaba y fumaba el difunto.

Cuando el hoy centro histórico todavía estaba habitado por las familias oaxaqueñas, (hoy la mayoría de las casas son negocios u oficinas) se veía a las amas de casa y los sirvientes con canastas llenas de pan de muerto, nicuatole, tamales, chocolate etc., que llevaban como obsequio a los vecinos, amigos y familiares era agradable ver el trajinar por las calles tanta ofrenda.