Fogonero: De cómo ponerte contento por tu serie favorita en un país que se va al infierno

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Por Rodrigo Islas Brito

“A veces pareciera que no queremos o nos negamos a registrar las buenas noticias. Estamos frente a ellas y no las vemos.”

Dijo ayer el presidente Enrique Peña Nieto en una más de sus inútiles giras, por qué lo dijo o para que lo dijo ya es un chiste, como mucho de lo que pasa hoy en día en un país con una presidencia imperializada, cuya madre y retoños parecen gritarle a la gente un “ódiennos más”, con cada bolso millonario que se compran, con cada portada de revista de alta sociedad que acaparan.

Pero debo decir que por primera vez estoy de acuerdo con el copetudo presidencial, ¿Por qué? Porque True Detective ya tiene lista su segunda temporada.

“Si lo único que hace que una persona sea decente es la esperanza de una recompensa divina, entonces, hermano, esa persona es un pedazo de mierda.”

Esta fue una de las frases por las que hace dos años millones de personas se enamoraron (si, tanto como uno se puede enamorar del dentista que te ha de tumbar los dientes sin anestesia.) de las palabras de Rusty Cohle

El filosófico y oscuro policía interpretado por Matthew McConaughey que en una película-serie-miniserie de ocho horas (“de lo mejor que le ha pasado a la televisión y el cine” en palabras de un amigo) investigaba la saga de quince años de un culto de empresarios cacas grandes que torturaban y sacrificaban personas en secretas ceremonias solo porque podían hacerlo.

Cohle (Matthew McConaughey) y su impaciente compañero Marty Hart (Woody Harrelson) posando sonrientes, en medio de un pantano lúgubre con facha de ser la boca del diablo, sosteniendo su letrero de Bienvenidos al infierno, era una imagen que no aparecía en True Detective (EUA, 2013) pero que te podías imaginar todo el tiempo.

La trama, escrita por el principiante Nick Pizzolato y dirigida con harta inventiva y solvencia por Cay Fukunaga (Sin Nombre, Jane Eyre) se sucedía entre monstruos grandes y pequeños, policías alucinados, crímenes rituales, artesanías inquisitoriales, niñas desaparecidas, políticos impunes, maridos infieles, reflexiones sobre como conocer a Dios en el silencio, esposas vengadoras porque no les dejan de otra, ciénagas rebosantes de una maldad que no se entierra ni con rezos, obsesión, sangre, vísceras y más obsesión.

Todo para que al final nuestro héroe misántropo hasta las cachas (un McConaughey en estado de gracia) nos viniera a decir que existe la luz en el solo hecho de mirar las estrellas.

True Detective es una de esas apuestas destinadas a no extraviarse y a redescubrirse una y otra vez por un público atemporal e indeterminado.

La segunda temporada de la serie de HBO, que se anuncia para junio con el teaser ya mostrándose en las redes sociales, nos muestra a tres policías (Colin Farrell, Rachel McAdams y Taylor Kitsch) y un criminal (Vince Vaughn) que se verán envueltos en una diatriba de corrupciones compartidas, asesinatos concertados y lealtades a las que no se les ve el diente.

Causa cierta desconfianza en el resultado final que uno de los cinco directores de la nueva temporada sea Justin Lind, el mismo que dirigió el ochenta por ciento de la morrocotuda y dramáticamente estéril saga de Rápido y Furioso, pero la pluma de Pizzolato y su estilo pausado-reflexivo-suspendido en las tinieblas se mantiene.

Por lo pronto vale volver a recordar otra de las máximas del Rusty Cohle y esa sabiduría nihilista fatalista que le da a la aceptación la categoría de esperanza, y que de tanto recordarla a uno le parece que hasta se está hablando del terruño.

Terruño en donde se aproxima el advenimiento de una nueva pareja presidencial de telenovela (Anahí- Manuel Velasco) que quiere entrar al relevo de la envejecida pareja (por tanto escándalo) en cuya telenovela ya nadie quiere vivir (Peña Nieto- la Gaviota), con grupos de sicarios surgiendo en la alguna vez apacible Sierra de Chihuahua, con las campañas políticas estallando en la radio y la televisión gritando las mismas mentiras de siempre y haciendo carreritas por ver quién es más corrupto

“No existe el perdón. Lo que pasa es que la gente tiene poca memoria.”

Rusty Cohle podía ver el mundo entero.